La educación en los tiempos del coronavirus
¿Cómo medir los tiempos perdidos en un año de vida?
por Alberto Bonadona Cossío
En muchas ocasiones cuando yo estaba cursando el colegio, el año escolar se clausuró. No era por un invisible virus que atacaba despiadadamente. Generalmente, se debía a razones políticas; grandes convulsiones sociales que tenian en el medio de los protagonistas a los maestros. El riesgo de que los gobiernos cayeran era my grande como para permiti maestros movilizados. Por cierto, la clausura del año escolar venía acompañado de estado de sitio, presos políticos, confinamientos y exilio para los dirigentes de los sectores más radicalizados. También, toda esta parafernalia, pudo haber sido parte de un golpe de estado liderizado por algún militar y sus socios civiles. El objeto principal era imponer “la ley y el orden”.
Las notas obtenidas hasta el momento de la clausura podían ser la base para la promoción al siguiente nivel o, simplemente, todos pasaban de curso. Para los estudiantes, como yo, era el inicio de una prolongada y divertida vacación. Nadie pensaba en como recuperar las clases perdidas. Algún padre preocupado inscribia al hijo en clases de inglés o contrataba un tutor en matemáticas. Pero el resto del tiempo era libre, tan libre como para perderlo y, con certeza, para olvidar lo aprendido.
No recuerdo que ninguna institución haya tratado de medir los efectos de una clausura. Era un hecho que formaba parte de las contingencias de vivir en una sociedad convulsionada que de tarde en tarde, eperimentaba cómo las movilizaciones de algún sector de trabajadores se tornaban de alto riesgo para la estabilidad política; siempre frágil y amenazada. Ninguna institución estructuraba un programa que remedie las clases perdidas que, en algún caso extremo, pudieron ser 4 o 5 meses del año escolar. Y así continuaba la vida, como si la educación de niños y jóvenes estuviera impregnada, por su propia naturaleza y definición, de intrascendencia para ellos y para el futuro.
Las universidades podían permanecer meses cerradas y en la dictadura de Banzer fueron casi dos años sin clases universitarias. Es que los universitarios eran muy revoltosos, se oía decir a voces que justificaban los cierres y, además, ahí es donde se concentran los políticos de toda laya que solo saben perturbar la paz y el orden. ¿A quién, realmente, le importaba todo este tiempo perdido?
Lo serio de esos tiempos perdidos, cuando existe genuina preocupación por la educación de una sociedad, es que no se miden solo por lo que dura el momento que ocurren sino por los efectos en las generaciones a las que afectan a lo largo de sus vidas y las consecuencias sociales que acarrean para el avance, o falta de él, en el desarrollo económico y social de toda la sociedad. Y a decir, verdad, en Bolivia esos aspectos siempre fueron de poca significación.
Hoy, la historia se repite con mayor tragedia y mayor comedia. Hoy todos son concientes, en mayor o menor grado, de la trascendencia de obtener una educación. Hasta los gobiernos se dan cuenta de ello. Pero, no hay una claridad en cómo suplir las clases perdidas. El Zoom no es una panacea y menos aún en Bolivia, donde el acceso al internet es vergonzosamente limitado a un grupo privilegiado, ya porque tiene como pagarlo o ya porque le llega una señal que no se satura por el gran número de usuarios y, por cierto, no se interrumpe en cualquier momento. Estamos tan a la saga en el uso de la tecnología que sino era la pandemia se seguiría pensando que algún día habrá que universalizar el internet. Y la comedia empieza en el campo de los políticos. El gobierno clausura, la oposición “desclausura”. El gobierno, no estableció como remediar lo perdido, la oposición tampoco lo hace. Los bachilleres ayer, volvieron a ser estudiantes de último año hoy. Pero, ya en la vida de este país que hace llorar a carcajadas ¿quién hará caso a quién?
Los más perjudicados siempre serán los más pobres y dentro de este grupo, con gran zaña, las mujeres se verán aún más perjudicadas. Una lesión adicional, que no se le da la relevancia que tiene, es la de la falta del desayuno escolar. En las sociedades pobres, e incluso en las afluentes, la alimentación que se da en los centros educativos es vital para evitar cuadros de desnutrición. Aquí el no tener que comprar desayunos debe ser considerado un ahorro en el presupuesto fiscal. El ministro de educación podrá creer que las escuelas radiofónicas del pasado de hace siete décadas pueden suplir la educación presencial y que mayores esfuerzos y gastos para colocar antenas que reproduzcan la señal del internet puede esperar la llegada del próximo año (o tal vez, en su mente, del próximo siglo). ¿Dar desayuno? ¿acaso importa?
No hay nada que pueda suplir al maestro y a la socialización de niños y jóvenes en los recintos educativos. El internet hace tiempo que se utiliza como una herramienta de apoyo a la actividad educativa de los maestros en el mundo desarrollado. Aquí, en la remota Bolivia, se piensa que es hora de apurarase un poco instalando antenitas (hace poco era construyendo canchitas) y que el maestro es, simple y llanamente, prescindible. Más aún cuando empieza a hacer problemas y se moviliza, curiosamente en los últimos conflictos del magisterio, para pasar clases incluso durante las vacaciones. Movilizaciones que apresuraron la clausura, un hecho que, para mi, ya no tiene novedad alguna: yo ya viví este episodio.
Los costos de suspender la educación son gigantescos. Los costos de no colocar acciones que suplan las actividades escolares no realizadas, en términos de desarrollo humano, de desarrollo de los niños y jóvenes es insondable. Y no se oyen muchas inciativas para suplir el boquete que se está dejando en el cerebro de estos niños y jóvenes. Lo máximo que hasta ahora oí viene de los maestros: clases en vez de vacaciones y, como en el CEMA, una curricula comprimida a lo esencial para que en un año se trate de avanzar lo que en dos. Es necesario que haya mayor análisis y, lo que tanto gusta a los políticos, mayor diálogo al respecto. Tareas que deben hacerse con urgencia. Esto, por sino se entiende, quiere decir que deben hacerse cuanto antes y ofrecer claras alternativas para no perder cerebros, porque la ausencia de clases se mide en las carencias y pérdidas de oportunidades sociales a lo largo de las vidas de los afectados y de su entorno social que no recibirá el aporte de alumnos educados.