La salud de nuestra economía
por Omar Velasco
Por tentador que parezca, este artículo no discute la evidente disyuntiva que persiste entre la salud y la economía, que hoy vivimos, en medio de la crisis sanitaria, sino que se centra en ilustrar la salud de la economía y las acciones de política aplicadas sobre ésta, pero desde la óptica de la medicina. ¿Por qué hacerlo? Probablemente porque ejemplifica de mejor manera los problemas económicos o simplemente porque la gente le cree más en los médicos que a los economistas.
Es así que un sistema económico puede verse de la misma forma que un cuerpo humano, organizado bajo un conjunto complejo y muy bien articulado de sistemas, aparatos y órganos. Cuando algunos economistas suelen hablar de salud económica se suelen referir al buen funcionamiento de los mercados, otros lo asocian con la correcta interrelación entre las esferas de la producción, el consumo y la distribución.
Al igual que pasa durante una pandemia donde la cadena de contagios se dispara, en un mundo globalizado las crisis económicas se propagan por su alta interdependencia económica. A este resultado, la literatura la ha denominado efecto dominó. La diferencia con la medicina está en el grado de severidad de la enfermedad que en economía tiene efectos asimétricos entre países. Coloquialmente se podría decir que cuando a Estados Unidos le da un resfrió, a Brasil le pega una bronquitis y en Bolivia se desata una pulmonía.
Una de las primeras lecciones básicas que aprende un profesional en salud es el diferenciar entre la enfermedad, el virus que la origina y la sintomatología. Es así que un aumento de la temperatura corporal por encima de lo normal podría ser el síntoma de una enfermedad originado por algún virus en particular, pero definitivamente cualquier médico coincidirá que la fiebre no es una enfermedad sino un síntoma. Luego de un certero diagnóstico clínico, un galeno comenzaría la etapa de la medicación. En economía eso se traduce en implementar las medidas de política económica adecuadas y oportunas. Dicho esto, es fundamental tomar en cuenta que si el diagnóstico es errado las medidas a implementar también lo serán, generando contradicciones que podrían resultar incluso contraproducentes.
En economía hay la tendencia a reutilizar algunos términos propios de otras ciencias como la medicina con bastante frecuencia como cuando se habla del sobrecalentamiento o enfriamiento de la economía como un indicador de una crisis económica, cuando no lo es. En años pasados la desaceleración económica era vista por algunos economistas de manera equivocada como señal de crisis económica, confundiendo el síntoma con la enfermedad. En realidad, el menor crecimiento económico estuvo influenciado por los menores ingresos de exportación que sobrevino a la caída de precios de materias primas a nivel mundial a partir de 2014 y cuyo efecto repercutió en toda la región y por supuesto en Bolivia. De tras de esta caída se encontraba la aún importante dependencia de los ingresos nacionales a los productos básicos de exportación. De ésta manera, el problema económico en años anteriores, no fue el menor crecimiento económico sino los efectos de la todavía influyente dependencia de las materias primas en la economía.
La manera de contrarrestar esta complicación fue dotando a la economía de mayor liquidez interna para compensar la reducción de ingresos externos con ahorro interno y estimulando el consumo doméstico. Estas medidas por supuesto apuntaban a la estabilización de la economía a corto plazo, pero requerían ser complementadas con la generación de nuevos ingresos externos para lo cual era vital acelerar la recuperación de las inversiones realizadas y diversificar las fuentes de ingresos. Para algunos economistas estas medidas no fueron las adecuadas pues aceleraban el deterioro de las reservas internacionales y el aumento del endeudamiento. Estas divergencias se deben a que, desde el enfoque de éstos últimos, las complicaciones económicos se originan en los desbalances macroeconómicos y los desequilibrios de mercado como el déficit fiscal o la excesiva regulación financiera.
Las autoridades económicas actuales entendieron de esa misma manera e identificaron al elevado gasto fiscal (que conllevó a grandes y sostenidos déficits fiscales que dejó la anterior administración) como el problema económico relevante. Fieles a esta norma, se endureció la política fiscal recortando el gasto público fiscal de manera abrupta principalmente en inversión pública. ¿pero cómo respondió la economía al recorte de gasto público? La austeridad fiscal se tradujo en menores ingresos para la población. La desaceleración del gasto de inversión se convirtió en un factor de contracción del crecimiento económico que agudizó el ya deteriorado dinamismo económico producto de la pandemia, arrastrando la recesión a niveles insólitos, inducida también por la propia política económica.
Habiendo trascurrido más de medio año de la crisis sanitaria, las medidas económicas se han caracterizado por su lento accionar al estar a la zaga de las medidas sanitarias y parecen no terminar de aterrizar en las verdaderas necesidades de la población y lo que es más importante en el problema de fondo. La justificación de este accionar podría estar que, al tratarse de un gobierno de transición, éste no estaba en condiciones de tomar decisiones económicas de gran envergadura y que comprometiesen a la siguiente gestión de gobierno. Sin embargo, esta presunción queda desvirtuada al haberse tomado decisiones estructurales que no correspondían como la autorización para cultivos transgénicos. Una explicación más plausible podría ser que el gobierno no dimensionó oportunamente el impacto económico de la pandemia previo a la decisión de ingresar en cuarentena y la política económica se fue acomodando en función a las circunstancias y presiones de los actores económicos y sociales sin una clara ruta crítica.
El tan ansiado plan de reactivación económica llegó muchos meses después, cuando el daño en la economía ya era inminente y las quejas del sector privado ensordecedoras. Este plan estaría construido en 5 pilares: créditos, empleo, incentivos al consumo de bienes nacionales, incentivos para emprendedores y recortes al gasto público. El plan es tan desafortunado que confunde instrumentos con objetivos de política, no diferencia entre corto y mediano plazo, tiene un enfoque eminentemente sectorialista antes que integral, hay una evidente contracción entre expansión de gasto privado y contracción de gasto público y una desconexión entre la microeconomía y la macroeconomía. El plan más parece desnudar las falencias del gobierno actual que no termina de entender la gravedad de la crisis económica ni implementar las medidas adecuadas para enfrentarla.
En el plan de reactivación abundan más preguntas que respuestas sobre la salud de la economía respecto a si ¿se han identificado de manera correcta las causas económicas relevantes provenientes de la crisis sanitaria? ¿las medidas adoptadas son las correctas y suficientes para mitigar los efectos de la pandemia?, ¿se han identificado de manera puntual a los sectores más vulnerables y afectados por la crisis? y ¿se han tomado medidas indicadas para estos sectores o a quién beneficia el plan?.
Una mala lectura de los hechos podría derivar en un mal diagnóstico y consecuentemente a cometer errores de política económica altamente costosos. Caricaturizando el remedio puede resultar peor que la enfermedad .