EL DEBATE SOBRE LA IGUALDAD

La idea de la igualdad es complicada. Definirla no es sencillo porque se tiende a confundir los conceptos y se tiende a cerrar el debate con una generalidad: No somos iguales. En efecto, no hay dos personas iguales en el mundo. Nos diferencia el género, la estatura, el peso, los conocimientos, el lugar donde vivimos y un largo etcétera. Dicho criterio se traslada a la esfera económica y se llega a una aplastante conclusión: Si no somos iguales en otras esferas tampoco es necesario pensar que debamos ser iguales en lo económico. Por tanto, se justifica que algunos acumulen más riqueza que otros, lo propio en la distribución de salarios, es justificable que ciertas personas obtengan jugosos emolumentos mientras que otras apenas tienen para sobrevivir. Una especie de darwinismo social que premia al más fuerte y castiga al débil.

Entonces ¿Cómo se entiende la igualdad en el mundo moderno?

Hay dos tendencias dominantes. La primera postula que la igualdad debe entenderse en el plano jurídico: Igualdad ante la ley. Esto es que el criterio normativo (deber ser) y el sancionatorio no debe distinguir a las personas al margen de todas las características que se han descrito en el primer párrafo. Así, si cualquiera de nosotros comete un delito debe ser juzgado (y sancionado) sin tomar en cuenta su posición social o el dinero que tenga en su cuenta bancaria. Un mismo rasero para todos.

La otra es sumamente interesante, pues, no se concentra en la igualdad propiamente dicha sino en la desigualdad. La distribución del ingreso es su objeto de estudio y el índice de Gini (que resume la manera como se distribuye una variable entre un conjunto de individuos) es la herramienta favorita. Con ella se llega a conclusiones del tipo: “mientras el 10% de la población más rica concentra el 60% de los ingresos, el restante 90% de la población se distribuye el 40% de la renta” y eso se llama desigualdad. La pregunta es ¿Cómo debería ser una distribución igualitaria del ingreso? ¿El 10% de la población más rica debería concentrar únicamente el 10% del ingreso? Nótese que, si así fuera tal criterio, llegaría a contradecir flagrantemente los criterios descritos en el primer párrafo de esta discusión: No todos somos iguales.

No es un debate menor, en 2018 se publicó un libro llamado “Debatiendo con Piketty” en honor a su conocida obra “El capital en el siglo XXI¨, editado por Bradford Delong, Heather Boushey y Marshall Steinbaum, que cuenta con aportes de eminencias como Paul Krugman, Branko Milanovic, Laura Tyson y, sorpréndanse lectores, Robert M. Solow. El legendario Nobel de Economía debate con Thomas Piketty.

Solow no anda con vueltas, en su estilo claro, sencillo y potente titula su ponencia “Thomas Piketty tiene razón”, en efecto, indica que si dividimos a la sociedad entre ricos y trabajadores lo aconsejable es que la relación entre riqueza/renta se mantenga estable, que en el mejor de los casos tienda a bajar y en el peor tienda a subir. Dicho en sencillo, quiere decir que la riqueza de los más adinerados (el patrimonio en términos contables) proporcionalmente guarde una relación estable con el Producto Interno Bruto (PIB). Solow simplifica su modelo indicando que los ricos “heredan” su riqueza y que la obtienen sin trabajar, es decir les basta vivir de sus “tasas de retorno”. Un ejemplo, lo constituyen las inversiones financieras que otorgan beneficios no, necesariamente, asociados a actividades productivas, pues nacen de la especulación. En cambio, los ingresos de los trabajadores provienen de emprendimientos, fábricas, conocimiento y producción para generalizar el tema.

El punto está en que la tasa de retorno de las inversiones de los más ricos se expande más rápido que el “crecimiento” de la economía, como puede deducirse, si esto es así, la relación riqueza/renta aumentará continuamente. Al observar esto Solow no guarda adjetivos: ¨si una pequeña clase de propietarios ricos logra capturar una cuota cada vez más grande de la renta nacional, entonces su posición dominante sobre la sociedad se irá extendiendo a otros ámbitos”, para añadir después “si el capital se sigue concentrando en las manos de unos pocos, el panorama de largo plazo es nefasto, salvo que seamos partidarios de las sociedades oligárquicas”. No lo escribe Vladimir Lenin, lo hace la leyenda viviente creadora del “modelo de Solow” que tantos dolores de cabeza ha creado en los estudiantes de economía que intentan comprender la dinámica del crecimiento económico.

Para poner las cosas en su sitio, tampoco vaya a creerse que Robert Solow ha sufrido un proceso de conversión al socialismo, de hecho, es bastante coherente con sus anteriores escritos, pues es partidario de la dinámica ahorro e inversión. Si los ricos viven de sus rentas y se vuelven más importantes que los productores entonces dicha sociedad tiende al estancamiento. Tampoco es que Solow sea un partidario de la igualdad plena, pues también es partidario que aquellos que muestran mejores condiciones (son más aptos) merecen tener mejores ingresos.

Entonces, ¿Cómo se supone que debemos entender la igualdad?

En mi opinión, los términos del debate están mal planteados. Partamos por considerar que la idea de la igualdad es deseable incluso en el plano económico. Para ello es importante no situarse en los extremos. Entender esto obligatoriamente nos lleva a recurrir a otra eminencia del santoral de los economistas: Amartya Sen. De la vasta producción del profesor indio rescato una idea: su cuestionamiento a la libertad de elección, tan adorada por la ortodoxia económica. 

Por supuesto que las dos ideas más grandes que han moldeado el mundo moderno han sido la libertad y la igualdad, pero es hora de abandonar la caricatura neoliberal de la libertad de elegir. En ella uno es libre de elegir en el marco de su “restricción presupuestaria”. Si una persona tiene un ingreso mensual de Bs 3.000, es libre para comprar aquello que su dinero le permite, nada más. Sen cuestiona este postulado, considera que esa no es una auténtica “libertad de elegir” pues la misma no debería circunscribirse al ingreso, sino que debería permitir que las personas elijan más allá de su restricción presupuestaria, en temas cruciales como la educación, salud, alimentación, vivienda y otros.

Por lo dicho, la igualdad no debe entenderse en un plano concreto sino en uno abstracto. Esto es la igualdad en el acceso al margen del ingreso. De hecho, esta idea no es nueva pues está detrás de los “pisos sociales” que establecen ingresos mínimos, viviendas sociales, educación gratuita y otros que son comunes en muchos países en el mundo.

Lo nuevo es incorporarlo en el debate económico, implica plantear que “todos podemos ser iguales” en el acceso a un conjunto de bienes y servicios al margen de los ingresos que podamos generar o de nuestras capacidades. ¿Implica esto que se perderán los incentivos para que la gente desarrolle sus potencialidades? De ninguna manera, en todas las sociedades existen individuos que no se conformarán con “el piso”, pues querrán obtener más. Para ellos el mundo debe ser abierto y no deben existir restricciones a su desempeño.

La igualdad debe ser un objetivo de política económica. Ello nos permitirá construir una sociedad mejor, más democrática y solidaria.