INGENIEROS QUE RECHAZARON SER SOLDADOS EN EL GENOCIDIO CONTRA PALESTINA

El movimiento denominado “No Tech for Apartheid (No Tecnología para el Apartheid), es un grupo de alrededor mil ingenieros de Google y de Amazon, que se levantaron en contra de la utilización de la tecnología en el exterminio de la población palestina, sitiada en la franja de Gaza. Bajo la premisa: “La tecnología debe usarse para unir a las personas, no para permitir el apartheid, la limpieza étnica y el colonialismo. Siguiendo los pasos de aquellos que lucharon para despojarse del apartheid en Sudáfrica y ganaron, es nuestra responsabilidad levantarnos en apoyo de la libertad palestina”.

No es la primera vez que científicos e ingenieros se oponen a servir directa o indirectamente a fines bélicos. Uno de los casos más emblemáticos es el manifiesto Russell-Einstein, presentado el 9 de julio de 1955, firmado por once científicos, en medio de la guerra fría. Los firmantes alertan sobre el riesgo que implica la proliferación de armas nucleares y solicitan a los líderes mundiales encontrar otras soluciones para pacificar los conflictos internacionales. Así también, instaron a los científicos del mundo a realizar conferencias donde se puedan tratar estos temas, enfatizando que dichos encuentros mantengan un carácter “políticamente neutral”. 

La ciencia y la ingeniería, así como otras ramas, olvidan que la esencia de la técnica no es la técnica en sí misma, sino, que su esencia es política; como lo señaló el filósofo alemán Martin Heidegger. La tecnología no es neutra, tiene un fin y su concepción se la hace pensando en las múltiples utilidades que llegue a tener. Claro está, que pueden encontrarse nuevas utilidades para las cuales no hayan sido pensadas inicialmente, pero que obedecerán a los intereses de quienes promuevan y financien su desarrollo y comercialización. Desde proyectos militares estratégicos, hasta pequeños proyectos que pueden volverse grandes empresas, como el caso de Google y Amazon. 

En el caso del proyecto Manhattan (para la construcción de la bomba atómica) de orientación netamente militar, se pusieron a trabajar grupos de ingenieros, físicos, matemáticos y científicos (la mayoría hombres, pero también mujeres) en una serie de proyectos secretos aparentemente independientes entre sí y sin que sepan entre ellos la existencia de los demás proyectos, así como tampoco sabían la finalidad para la cual trabajaban: crear la primera bomba atómica. Este nivel de confidencialidad era evidente, dado el contexto de la Segunda Guerra Mundial. Algo similar sucedió con el desarrollo de la máquina de Turing. La primera proto computadora, que fue vital para descifrar los mensajes nazis encriptados y así tomar ventaja en la definición de estrategias, decisivas para ganar la Segunda Guerra Mundial. 

En la actualidad, ha proliferado una visión utilitarista sobre los recursos naturales y humanos y es liderada por la rivalidad de las grandes potencias mundiales (Estados Unidos y China) y por las grandes empresas tecnológicas de esos países, las cuales, para promover su visión aceleracionista (pensamiento filosófico y político que se basa en la idea de que las fuerzas tecnológicas y capitalistas deben ser aceleradas en lugar de resistidas o rechazadas; para trascender al capitalismo) están dispuestas a vender y a orientar el desarrollo de la tecnología al mejor postor, para seguir creciendo. Es así, que tecnologías de reconocimiento facial, algoritmos de redes sociales, sistemas de videovigilancia y otros potenciados por la Inteligencia Artificial (IA), son vendidos a ejércitos de todo el mundo, y sirven para potenciar su impacto bélico y de inteligencia militar. Convirtiéndose en instrumentos de batalla de una nueva guerra fría.

Así como en el post desarrollo de la bomba atómica, fueron pocos los ingenieros que tomaron conciencia de que su trabajo estaba siendo utilizado para fines destructivos y decidieron actuar en oposición a tales hechos. El movimiento “No Tech for Apartheid” o NTA, al seno de Google, tomó espacios en sus oficinas de Nueva York y California, organizando protestas en contra de la utilización de la tecnología, que ellos colaboran a mantener y a desarrollar, por parte del ejército israelí contra la población palestina. Con lemas de protesta como los siguientes: “Humanidad por encima de las ganancias”, “Googlers contra el genocidio”, “No usar la nube para el apartheid”, “No más genocidio para obtener beneficios económicos”, “No IA para los militares”.  

El 16 de abril de 2024 este grupo de ingenieros, se organizó para denunciar estas prácticas, de forma pacífica y sin causar daños, pero al menos 9 de ellos fueron arrestados y 28 despedidos después de las protestas que denunciaron al proyecto Nimbus, mediante el cual Google y Amazon proveen sus servicios, por un monto de 1.22 mil millones de dólares, por funcionalidades en la nube destinadas a planificar y potenciar los ataques de Israel contra Palestina. 

Este tipo de situaciones, de no conocer, o de no importarnos, los fines de las empresas, ni de los clientes para los cuales se trabaja, se repite en otras áreas que no tienen fines bélicos, pero llegan a ser también destructivos. Si tomamos en cuenta, por ejemplo, las excesivas actividades industriales que están ligadas a procesos extractivistas, que terminan destruyendo reservas y áreas naturales, incrementando el caos climático, en detrimento de toda la humanidad. Si nos ponemos a investigar quienes son los financiadores y clientes de la empresa para la que trabajamos, o de las instituciones o incluso de Estados, encontraremos que muchos de ellos tienen metas contrarias a las que se promueven entre sus trabajadores y en la sociedad en la que se desarrollan. En este mundo hiperconectado, casi todos podemos terminar trabajando para intereses ajenos y muchas veces contrarios a los propios. 

El movimiento NTA también debería tomar conciencia y acciones para visibilizar y luchar contra el apartheid global que “divide al planeta en dos esferas: por un lado los países precozmente industrializados que se han apropiado de las riquezas globales y controlan las cadenas de creación de valor; y del otro, el Sur Global que provee materias primas y mano de obra barata”. Mano de obra que las Grandes Tecnológicas utilizan para entrenar sus algoritmos de inteligencia artificial; que les generan millones de dólares y pagan centavos por hora a los trabajadores que clasifican los datos, videos e imágenes, utilizados en su “tecnología inteligente”. 

Por su parte, los medios de comunicación masivos, las industrias del entretenimiento y las redes sociales, no promueven esa toma de conciencia. Al contrario, se sirven de todo tipo de distracciones que el público consume, para generar sus propios ingresos, pero estos medios y, en especial las redes sociales, son una herramienta multifuncional. Destinada a conocer a cada individuo, con el fin de influir en él, de acuerdo a los intereses de empresas, políticos, grupos de poder, que buscan determinados comportamientos de la población. 

Frente a las Grandes Tecnológicas, los modelos democráticos tambalean más que nunca, puesto que la población está inmersa en las pantallas y cada vez más predispuesta a obedecer las tendencias de visiones extremistas, de las cuales no solemos estar conscientes. Es sobre este escenario, que la ensayista e investigadora política, Asma Mhalla nos advierte, en su libro: Tecnopolítica – Cómo la tecnología hace de nosotros soldados (2024).

Esta tendencia tecnopolítica se hizo presente más que nunca en la última década, pero ya se venía gestando desde los años cincuenta, después de la Segunda Guerra Mundial, gracias a las diferentes técnicas que se desarrollaron y permitieron ganar la guerra contra el nazismo, pero crearon otro tipo de sometimiento de las masas que conforman el superorganismo humano. 

Como Heidegger teorizó, el problema se centra en que la tecnología convierte todo, incluida la naturaleza, en un “recurso” que está disponible y listo para ser explotado sin restricciones. La naturaleza se ve reducida a una reserva de energía o materiales, listos para ser usados. Este enfoque otorga una visión del mundo que limita la existencia humana a roles funcionales dentro de procesos de producción y consumo, ignorando dimensiones más profundas y existenciales de la vida. 

Este enmarcamiento técnico de la realidad conduce a una alienación fundamental del ser humano respecto a su esencia y del mundo que le rodea. Convirtiéndo a la mayoría de nosotros en fichas a mover y a utilizar de acuerdo a intereses ajenos, de los cuales ni somos conscientes ya que ni siquiera nos tomamos el tiempo de cuestionar los efectos de nuestras acciones sobre el resto de la población, sobre el medio ambiente, ni sobre nosotros mismos.

No sólo los ingenieros deberían preocuparse de la promesa de la tecnología de resolver los problemas que ella misma va creando. Ya que todos y todas participamos en la perpetuación de un ciclo en el que la tecnología se presenta siempre como la solución, sin reconocer que es también la fuente de muchos desafíos contemporáneos. Se debe instar a una reflexión más profunda sobre la tecnología y sus efectos, ya que sólo al replantear nuestra relación con ella y al entender su verdadera esencia podremos abrir nuevas formas de ser y de relacionarnos con el mundo, que permita que la técnica, la naturaleza y los seres humanos no estemos dominados por el paradigma de la explotación impuesta por la superestructura tecno consumista.

Msc. Carlos Bonadona Vargas

Ingeniero de sistemas, con maestrías en Telecomunicaciones y en Energías Renovables