Austeridad
por Alberto Bonadona Cossio
No estamos al borde del abismo. La presente situación del país es angustiosa pero no alarmante. Sin duda, hay muchas personas que se encuentran en condiciones penosas, unas más que otras. Con toda certeza el “bono contra el hambre” de mil bolivianos será un paliativo bienvenido por todo aquel que lo reciba. Se habla de cuatro millones de personas y un total cercano a los 600 millones de dólares necesarios para cubrir el costo del bono.
Por cierto, no se repartirán dólares sino moneda nacional. Los dólares de los créditos de los que se habla, para financiarlo, superan los 700 millones, pero se destinarán a engrosar las reservas internacionales y, a cambio, el Banco Central entregará al Tesoro General de la Nación bolivianos en efectivo para distribuir entre la gente; los 4 millones de habitantes. Esto es sin pensar en austeridad.
Es claro que un bono de esta naturaleza, en dinero contante y sonante, ayudará a solventar las necesidades inmediatas de las familias. Pero no es la respuesta macroeconómica que solucionará los problemas que se afrontan. Es una respuesta que, en lo macro, impulsará las ventas de muchos productores y, en lo micro, dará poder adquisitivo colocando dinero en los bolsillos de la población. Aumentarán momentáneamente la producción y el consumo.
Sin embargo, así como los bonos otorgados durante la presidencia interina de la expresidente Añez, será otra gota más en medio de una economía sedienta de medidas más integrales. Esto es, se requiere de una visión de conjunto, bien planificada de lo que el momento exige para reconstruir (o construir) una sólida base productiva. Es el momento de una real revolución productiva que abandone políticas de despilfarro que se hicieron en el pasado a nombre de fomentar la industrialización del país.
Se caminó sin claridad respecto a lo que Bolivia puede producir y se dio mayor relevancia a la demanda de las materias primas que Bolivia produce y en grandes cantidades para alimentar a las gigantescas industrias externas. La economía boliviana, en los hechos, no se alejó un milímetro de las características de una economía de enclave, exportar productos sin mayor transformación o mínima elaboración, como es el caso del estaño metálico de Vinto. Ejemplo que es oportuno mencionar porque es una producción de callejón sin salida; no permite a una economía como la boliviana generar mayores eslabones de una cadena productiva que se traduzca en latas, calaminas, o cualquier otro producto derivado del estaño que abra mayores oportunidades de empleo para la fuerza de trabajo boliviana y, por cierto, mejores retribuciones a la misma. Y este puede ser el destino del litio o del hierro.
Es momento de pensar en lo que hacen los pequeños, medianos y grandes productores del país. Es momento de que el Estado haga una tarea pendiente, por ejemplo, en la agricultura del occidente. Aquella que recibió la tierra, pero no la propiedad, le mantuvieron la obligación de seguir produciendo alimentos, pero no le otorgaron la capacitación ni el apoyo técnico para que produzca más y mejor, esto es aumente su productividad. Los productores en todos los municipios del país saben que producir porque lo hacen desde nace centurias. Lo que necesitan es volverse municipios productivos con una agricultura que utilice las bondades que el territorio ya le brinda y que está presente en el altiplano, los valles y los llanos. Se requiere una auténtica agricultura comunitaria que vea día a día aumentar su productividad.
Para lo que menos se necesita es austeridad. El Estado debe gastar sin pensar en el déficit fiscal, sino en el potenciamiento de la producción, el crecimiento del ingreso y la satisfacción del consumo. Este proceso requiere repensar lo que se ha hecho hasta hoy y abrirse a la inversión extranjera donde sea necesaria, como también a las alianzas público-privadas que tienen gran potencial. Un buen plan puede hacer que la cooperación internacional apoye sin las consabidas restricciones o exigencias de cómo manejar la economía con medidas de austeridad que solo aumentan las miserias de los más pobres: la gran mayoría de Bolivia.
Alberto Bonadona Cossío es economista.