ECONOMISTA GABRIEL LOZA TELLERÍA: “NO HAY CONSENSO ENTRE EL GOBIERNO Y LA OPOSICIÓN DE SI ESTAMOS EN CRISIS O DE QUÉ TIPO DE CRISIS HABLAMOS”
Por: Pilar Orellana
(Correo del Alba)
Artículo publicado en:
El 2 de diciembre de 2024
Con el propósito de comprender lo que ocurre actualmente en la arena económica entrevistamos al especialista del área Gabriel Loza Tellería, expresidente del Banco Central de Bolivia (2010) y exministro de Planificación del Desarrollo (2007). Este destacado profesional nos da respuesta en torno a si existe o no una crisis económica en el país, cuál es su real situación, si es equiparable o no a lo vivido con la Unidad Democrática y Popular (UDP) y, sobre todo, nos brinda elementos para trazar un escenario prospectivo.
Bolivia atraviesa por una crisis económica, ¿cuáles son para usted las principales causas que desembocaron en la actual coyuntura?
Me parece muy actual e interesante su pregunta, aunque parte ya de una aseveración o afirmación al decir que “Bolivia atraviesa por una crisis económica”, porque el problema es justamente en que no hay consenso entre el Gobierno y la oposición de si estamos en crisis o de qué tipo de crisis hablamos. Y eso es gravísimo, puesto que es equivalente a llevar a un paciente a la clínica y no saber si lo llevamos a emergencias y cuidados intensivos o simplemente esperamos turno para que le hagan un tratamiento ambulatorio. Eso es lo que sucede ahora: la oposición magnifica la crisis, el Gobierno la minimiza y para la Cámara de Industria, Comercio, Servicios y Turismo de Santa Cruz (Cainco) la economía boliviana está “al borde del colapso”.
Desde el inicio del gobierno de Evo Morales la oposición profetizaba una crisis económica y durante la crisis financiera mundial de 2008-2009 esperaban una debacle, sin embargo, la economía siguió creciendo. Lo mismo ocurrió con el fin del boom de los precios internacionales de materias primas a partir de 2012 hasta 2016; y el modelo siguió funcionando. La crisis del Covid-19 vino en 2020, justo con el cambio de gobierno, y desde 2021, con el nuevo Presidente, esperaban su oportunidad hasta que se encontraron en bandeja con la situación actual marcado por la escasez de divisas y tipo de cambio negro, insuficiencia de gasolina, ya que la de tomates y huevos se desvaneció de repente, y, por fin, el aumento de los precios de la canasta familiar con la inflación interanual del 6% al mes de septiembre.
Para el Gobierno la situación actual empezó a descontrolarse en febrero de 2023, mes en el cual dejó de informar semanalmente sobre las Reservas Internacionales Monetarias y principales variables monetarias. Ante la escasez crítica de divisas señaló que era un desequilibrio transitorio que sería sobrellevado con medidas de carácter administrativo. Mientras se acentuó la carestía en 2024, se elevó el tipo de cambio no oficial hasta llegar a 14 bs por dólar y se inició un aumento de precios que, a septiembre de 2024, es de 6% y a 12 meses superó de lejos la meta de inflación del Programa Financiero Fiscal que era del 3.6%.
¿Por qué se produce lo que describe?
Para la oposición estamos ad portas de la crisis de la época de Siles Suazo de 1982-1984 por el elevadísimo déficit fiscal, la falta de divisas, insuficiencia de gasolina y una espiral inflacionaria. Culpan a las malas políticas, al fracaso del modelo estatista, al despilfarro económico de la plata del gas –que se hizo gas– y a la corrupción.
Para el Gobierno se debe a la mala suerte y a la mala política en hidrocarburos en exploración de los gobiernos anteriores; no es culpa del modelo. El oficialismo atribuye a la crisis internacional o shock externo, al descuido de YPFB (estamos viviendo en 2023 lo que no se hizo hace siete años), al incremento del costo de los contenedores a nivel internacional, a la inflación importada, a la especulación del dólar y de los alimentos, a la crisis climática, al bloqueo de carreteras y al contrabando a la inversa (1).
¿Cuál sería el punto de partida común que habría que tener?
Necesitamos disponer de un diagnóstico donde haya un consenso mínimo y común, entre oposición y Gobierno, sobre cuál es la realidad de la situación actual. Para eso además deberíamos contar con cifras frescas. La falta de estadísticas actualizadas (fiscales a octubre de 2023, balanza de pagos a junio de 2024, deuda externa y agregados monetarios a agosto de 2024) dificultan un diagnóstico preciso del paciente. Es como operar un paciente sin conocer sus síntomas, contar con todos sus análisis y de repente no saber con qué te vas a encontrar.
La crisis de 2023-2024 es distinta a la de 1984-1985. Aunque tienen en común el elevado déficit fiscal y crédito del Banco Central de Bolivia (BCB) al sector público, aquella fue principalmente una crisis de deuda externa que generó una crisis fiscal y cambiaria para terminar en un proceso hiperinflacionario.
El punto de partida es convenir que desde el shock externo de 2014-2015 hubo un cambio importante del cumplimiento de los objetivos de política económica: buen crecimiento, bajo desempleo y baja inflación con superávit mellizos, lo que se define como “pentágono mágico”, que estuvo vigente entre 2004 y 2014, hacia una fase de reversión con déficit mellizos, una desaceleración en el crecimiento de la economía y un aumento de la inflación, lo que vendría a llamarse “pentágono crítico”,que ha estado presente entre 2015 y 2023 (Cuadro 1).
A partir de la nacionalización de los hidrocarburos entre 2004 y 2014 hubo una década ganada, puesto que el crecimiento del PIB fue mayor a la década precedente (1900-2003) y a la posterior (2015-2023). Fue una década con equilibrio fiscal y superávit en la balanza de pagos que no atravesó la economía boliviana desde los años 50. En cambio, tanto en 1990-2003, antes de la nacionalización, así como entre 2015-2023, se registraron déficits mellizos consecutivos por nueve años. En 2020 (-12.7%) y 2023 (-10.9%) se registraron los déficits fiscales más altos en 33 años.
En 2024 continúan los déficits mellizos, se debilita el crecimiento del PIB y aumenta la inflación debido a la ruptura de la estabilidad cambiaria y la devaluación de facto.
Pero ¿estaríamos como en la crisis de la UDP? Hay economistas que lo plantean.
La crisis actual es diferente a la crisis de 1982, aunque tiene en común que en tiempos de la UDP el promedio del déficit fiscal respecto al PIB fue de 14.1%, mientras que desde 2018 el déficit fiscal promedio es de 9.4% del PIB (Cuadro 2). El déficit fiscal fue resultado de la espiral inflacionaria, de la escala móvil de salarios y de las constantes devaluaciones y del pago de la deuda, que siempre se trató de cumplir pero no se pudo.
En 1982-1985 hubo un shock de términos de intercambio al caer la relación de precios de exportación respecto a los precios de importación en 30%, como consecuencia del desplome de los precios del estaño, pero en la práctica fue gatillado por el alza de la tasa de interés internacional que generó un shock de la deuda externa, que en Bolivia representaba el 62.4% del PIB, mientras que en la situación actual la relación de la deuda externa con el PIB es de 29.9% (Cuadro 2).
Entonces, ¿cómo caracterizaría este momento?
La crisis actual es cambiaria, resultante inicialmente de un fuerte shock externo adverso de precios que se inició y dio en 2014-2016, seguido por un shock interno de la oferta exportadora de hidrocarburos de YPFB –principal y único ofertante de divisas– y un fuerte demandante de divisas por importaciones de combustibles. El shock externo y el interno produjeron consecutivos flujos netos negativos de divisas que alteraron el régimen cambiario al levantarse de facto el ancla cambiaria de la peor manera y romper su vínculo con el control de la inflación, dando inicio a una posible espiral inflacionaria.
Lo peor es la situación de vulnerabilidad fiscal en que se encontraba el país, puesto que simultáneamente a la crisis cambiaria se da una crisis fiscal, acentuada por la crisis del Covid-19, y un incremento acentuado del crédito interno del BCB al sector público, en medio de una creciente y elevada deuda interna del Tesoro General de la Nación.
Siguiendo con sus analogías, ¿qué se hace con el paciente?
Así como tan importante es tener un punto de partida común, se requiere también contar con un tratamiento mínimo común del paciente.
Para el Gobierno bastan los 17 acuerdos del Diálogo Nacional por la Economía y la Producción.
Para la oposición, para enfrentar la crisis cambiaria, sería urgente un cambio de gobierno con una buena imagen externa que anuncie un acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI), así volverían las divisas al mercado cambiario en 100 días.
Para los empresarios solo se tendría que devaluar consagrando el tipo de cambio no oficial, que estaría por el momento en torno a 10 Bs.
Para los libertarios basta eliminar el déficit fiscal a cero.
Para el FMI, que es equivalente a hacer una consulta por telemedicina porque su receta es igual para los 180 países miembros, es el déficit fiscal y la solución la tijera quirúrgica eléctrica tipo Milei.
Problemitas: si se mueve el tipo de cambio oficial sin un respaldo sólido de reservas internacionales se entraría a perseguir al dólar no oficial, tal como en la crisis de 1982, con sucesivas devaluaciones nominales, ajustes de precios y salarios, entrando recién a una espiral inflacionaria con fuerte contracción del producto y el empleo configurando un “pentágono maléfico”. Ahora, si se corta el gasto fiscal y no se cuenta con recursos frescos nos vamos a una recesión para pavimentar el camino a la estanflación y el desempleo.
El prerrequisito sine qua non es tener un Fondo de Estabilización y Reservas (FER) antes de realizar las medidas de ajuste fiscal y monetario, es decir, lo contrario de la receta del FMI, que primero obliga a operar quirúrgicamente el ajuste fiscal y monetario y después le da al paciente como suero por cuentagotas financiamiento externo sujeto además a que el paciente se levante rápido y cumpla los ejercicios prescritos (condicionalidad). En conclusión, se tiene que hacer un ajuste fiscal y monetario de todas maneras, con FMI o sin FMI, pero no antes de contar con recursos de financiamiento externo. Obviamente, si no hay consenso político mínimo común, vamos en camino a un “autosuicidio” nacional.
- Ver MEFP “Pese a las presiones inflacionarias externas, el costo de vida en Bolivia se mantiene como uno de los más bajos de América Latina”