LA CRISIS Y EL ACAPARAMIENTO DE ALIMENTOS EN BOLIVIA

Las familias bolivianas, al igual que en todas partes del mundo, entran en pánico ante la especulación y la escasez de alimentos debido a una serie de factores económicos, sociales y psicológicos que afectan profundamente su bienestar y seguridad. En Bolivia, una proporción significativa del ingreso familiar se destina a la compra de alimentos. Cuando hay especulación en los mercados de productos básicos, como el maíz, el azúcar, el arroz o el aceite, los precios de estos productos pueden aumentar rápidamente sin que los salarios de las familias crezcan proporcionalmente. La especulación crea una distorsión en los precios, elevándolos artificialmente, lo que impacta de manera inmediata en las economías familiares. La escasez de alimentos amplifica esta situación, cuando los alimentos empiezan a escasear, las familias temen no poder acceder a lo que necesitan para su sustento diario, lo que aumenta la sensación de inseguridad y ansiedad.

A pesar de ser uno de los países más empobrecidos de América del Sur, Bolivia ha tratado de contener el aumento de los precios de los alimentos gracias a políticas públicas orientadas a abastecer el mercado interno y romper el ciclo inflacionario que afecta a varias naciones latinoamericanas.

Sin embargo, Bolivia ha estado viviendo lo que los medios llaman crisis de dólares “a la Argentina”, el país enfrenta ahora una grave crisis económica debido a un déficit fiscal elevado, superior al de Argentina en la última década, lo que está generando una escasez de dólares en la economía, a pesar de que el precio de la divisa está fijado por el Estado.

Este fenómeno ha impulsado la inflación, que alcanzó el 9,5% anual en noviembre, una cifra inusualmente alta para Bolivia, causando descontento entre la población, en medio de una crisis política dentro del gobierno. Esta cifra representa el nivel más alto desde septiembre de 2011, cuando la inflación llegó al 9,9%.

Desde 2014, Bolivia ha tenido déficits fiscales consecutivos, mientras que entre 2006 y 2013 solo en un año registró déficit. La situación se ha agravado desde 2023 debido a la caída en las exportaciones de gas, la principal fuente de ingresos.

Como consecuencia, el país ha tenido que recurrir a sus reservas internacionales para subsidiar el precio de los combustibles importados. Estos subsidios, que abarcan desde alimentos hasta diésel y gasolina, suman alrededor de 4.000 millones de dólares anuales y han puesto presión en las finanzas del gobierno, que ahora gasta más de lo que ingresa.

El gobierno de Luis Arce, en un intento por mantener su programa económico y social, ha comenzado a utilizar las reservas en dólares del Banco Central. Según el economista Jaime Dunn De Ávila, la tasa promedio de déficit fiscal ha sido del 8% del PIB, mientras que los ingresos tributarios y las reservas del Banco Central han disminuido considerablemente. El capital del Banco Central pasó de 15.000 millones de dólares en 2014 a apenas 1.900 millones en la actualidad, con solo 153 millones en divisas (el resto está en oro).

Desde el año pasado, el acceso a dólares ha sido restringido mediante limitaciones en los retiros bancarios y en las compras con tarjetas de crédito y débito. Esto ha afectado la capacidad del país para controlar la fluctuación del dólar, que se ha disparado en el mercado paralelo.

En países con instituciones más débiles o con antecedentes de crisis económicas, como es el caso de Bolivia, la desconfianza en la regulación del mercado puede ser aún más pronunciada. Esto puede hacer que las personas entren en pánico ante la posibilidad de que no haya suficientes alimentos disponibles a precios accesibles.

La escasez de alimentos no solo tiene un impacto económico directo, sino que también genera un estrés psicológico considerable. Las familias, especialmente aquellas que ya viven en condiciones de pobreza o vulnerabilidad, pueden sentir que están perdiendo el control sobre su capacidad de acceder a lo más básico para su subsistencia. En situaciones de escasez, hay un temor profundo lo que incrementa el nivel de ansiedad y pánico en los hogares, esta preocupación es más latente en la población que ya vivió la Crisis de la UDP.

Este pánico se ve alimentado por la percepción de que el acceso a los alimentos es un recurso limitado y que las opciones para sobrevivir pueden volverse cada vez más reducidas. Las familias pueden recurrir al acaparamiento de alimentos cuando temen que los precios sigan subiendo, lo que a su vez genera más escasez y una espiral negativa.

En algunas áreas rurales y urbanas de Bolivia, la inseguridad alimentaria es un problema persistente. Esto se debe, en parte, a la falta de infraestructura adecuada para la distribución de alimentos y la dependencia de pequeños productores locales que no siempre pueden hacer frente a las fluctuaciones del mercado global. Si las familias ya enfrentan dificultades para acceder a alimentos nutritivos o suficientes, cualquier alteración en los precios o la disponibilidad de productos puede resultar en una sensación de crisis inminente.

En un contexto de pobreza y marginación, el pánico ante la escasez de alimentos se convierte en una respuesta de supervivencia, ya que los hogares más vulnerables no cuentan con ahorros suficientes o redes de apoyo que les permitan hacer frente a situaciones de escasez o al aumento de precios.