No Es El Déficit Es En Cómo Se Utiliza[1]
Me atrae y me provoca entusiasmo la concepción de democracia como el “gobierno por argumentación”. Generalmente traducida como el “gobierno por discusión”, se la atribuye a John Stuart Mill, un economista de la escuela clásica, aunque utilizada anteriormente por Walter Bagehot, editor del The Economist fundado en 1843. Prefiero la traducción de gobierno por argumentación porque hace énfasis en la fuerza de las ideas y no en el enfrentamiento que supone discutir.
Es, precisamente, a lo que convoca J. A. Morales al mencionar mi columna de 27-11-21 en su opinión (Página Siete 4-12-21). Al referirse al déficit afirma: “El debate de este tema es muy importante y es bienvenido”. Y de eso se trata; del debate, de la argumentación. Es posible, sin embargo, que los profesionales del Ministerio de Economía no presten atención a las ideas que se intercambian y continúen haciendo lo que están haciendo. No obstante, hay que insistir porque está en riesgo no solo la estabilidad de la economía nacional sino la vida política y, particularmente, la democracia.
Mi admirado colega Morales, coloca correctos acentos en aceptar un déficit no estructural. Entiende él por estructural aquella condición que permanece mucho tiempo y ve una sombra de peligro en que las finanzas públicas permanecen en números rojos desde 2015. Para favorecer el análisis, aceptaré sin mayor recelo (que lo merece) esta definición de estructural. Así, lo vital está en que el déficit no se convierta en estructural y considero que si se toman las decisiones correctas la sangre no llegará al río. Desde 2015 es que la economía boliviana sufre el fin del gran auge de las materias primas, y frente a tal golpe es imposible no incurrir en mayores gastos sin respaldo de los ingresos que generaban para el Estado las fabulosas exportaciones del venturoso ciclo. Más aún, es necesario hacer notar que antes de concluida la bonanza generada en los mercados internacionales, Bolivia ya empezó a hacer crecer su deuda que había caído a un poco más de 2.000 millones de dólares en 2002.
Sobre llovido mojado. A la coyuntura depresiva que empujaba el fin de la bonanza, provino la pandemia y paralizó no solo a esta pequeña economía sino a la del mundo entero. Imposible pedir en esas condiciones una reducción del déficit, aunque hubieron voces y actos gubernamentales que así lo incitaron y ejecutaron. La economista Carmen Reinhart, en una conferencia en la London School, veía una situación económica equivalente a una guerra causada por la COVID. Recomendaba que, para economías como la boliviana, solo queda actuar en consecuencia: en una guerra buscas ganar la contienda con los medios que tengas y el déficit fiscal es inevitable, ya ganada la guerra verás cómo reparar los daños, afirmó Reinhart.
Todavía Bolivia continua con las secuelas de la caída estrepitosa de los precios de sus principales exportaciones (con un ocasional respiro en los últimos meses) y ni que se diga de las causadas por la parálisis que ocasionó la peste que todavía aguarda a la vuelta de toda esquina. No veo, en consecuencia, causas profundas que empujen a la economía boliviana a una condición de déficit “estructural”. Más aún, resultado de la pandemia, instituciones como el FMI han abierto la puerta a facilidades de créditos blandos (bajos intereses y larguísimos plazos).
Por razones que poco tienen que ver con lo técnicamente aconsejable, es posible que el gobierno, en este momento, se resista a acudir a solicitar préstamos millonarios a los organismos internacionales. Sin embargo, las puertas no están cerradas a que Bolivia lo haga. La necesidad tiene cara de hereje y las necesidades de dólares en las reservas internacionales son innegables. No es necesario en este momento acudir a los 2.000 mil millones de dólares autorizados para contraer deuda con emisión internacional de bonos soberanos. En las condiciones que se ofrece el financiamiento internacional es conveniente, más bien, comprar la deuda de los bonos soberanos emitidos en años anteriores, prestarse todo lo necesario para financiar un plan nacional de desarrollo que genere valor agregado (empleo e ingresos para trabajadores bolivianos), sustituir lo que vendemos ahora al mercado internacional y cambiar el patrón de acumulación. Si este paso se condiciona a la reducción del déficit, habrá que tomarlo como una condición coyuntural porque el efectivo crecimiento del PIB sí se dará y le permitirá al Estado realizar aumentos respaldados en sus gastos.
Siempre se puede acudir a proveedores de grandes maquinarias para transformar el hierro en acero o productos agrícolas en biocombustible. Se puede pensar que de esta forma se está industrializando el país. Estos proveedores no buscan otra cosa que vender sus máquinas; no preguntarán si hay o no el estudio que respalde la viabilidad de tales proyectos o el beneficio a favor de la población a corto o a largo plazo. Y es posible que parte del déficit se deba a la parte que el Estado debe poner para ejecutar tales emprendimientos. Considero que este no es el mejor camino al desarrollo de nuestra economía ni la mejor manera de crear los empleos que se requieren; ni en número y menos en calidad.
Un paréntesis para hablar del déficit fiscal respecto al producto que “debe ser” no mayor al 3%. Es, primero, una condición que se impuso a los países que deseaban ingresar a la Unión Europea y sigue vigente como tal para esos países, aunque extendido como norma “general y universal”. Segundo, es un número que no sale de un análisis científico, sino, que emerge de una convención o acuerdo que dijo “así debe ser”, pero, no para todos y en toda situación. Tercero, se puede tomar, ciertamente, como un indicador de prudencia fiscal pero no está escrito en piedra. No hay razón para que un país en problemas y de economía pequeña, pobre y golpeada por la caída de los precios de las mercancías que exporta y por la pandemia, no pueda aumentarlo hasta un 10% o un poco más. No por siempre, para que no se vuelva “estructural”. Conceptualización de estructura, ésta y utilizada por J.A. Morales, de débil fundamento que solo exige que el déficit permanezca por encima del 3% del PIB por un largo tiempo para que sea estructural. “Largo” es un término relativo que es necesario ponerlo en contexto de equivalencia con algo Por otra parte, si por la duración se mide un fenómeno social o económico, la pobreza es estructural porque ya dura muchísimo tiempo, o ¿será el MAS también estructural” porque ya tiene más de tres lustros en el poder? Habrá que concordar que, si este término no se define con cierta precisión, su significado se diluye. Cierro el paréntesis.
Hay que sustituir exportaciones, o sea modificar el contenido de lo que vendemos de Bolivia hacia el exterior. Productos que efectivamente empleen lo que Bolivia produce en cada una de sus regiones con tecnologías ya descubiertas y utilizadas en otras partes del mundo. Esto se puede hacer, por ejemplo, con la transformación de la castaña en aceites esenciales, en cosméticos, productos nutritivos o medicamentos cuyos procesos de transformación no solo ya existen, sino que tampoco exigen gran sofisticación en su imitación. O utilizar, otro ejemplo, tecnologías para producir industrialmente el tarwi y convertirlo en productos manufacturados que tan solo necesitan las mismas maquinarias que se utilizan en la producción y transformación de la soya.
Los productos que abundan en Bolivia y pueden ser transformados de esas maneras son innumerables y el plan de desarrollo económico y social debe incluirlos como fundamentales. De la misma manera, debe hacerse con el presupuesto del Estado. Se trata de gastar en lo que contribuirá al desarrollo del país con sustentabilidad y técnicas amigables al ambiente, así como con técnicas que favorezcan la absorción de la fuerza de trabajo con empleos dignos y en número que favorezca la mejora generalizada de las condiciones de vida.
Esta alternativa que aquí se propone es una opinión que se exhibe para analizarla, reflexionar sobre ella y tratarla en un ambiente de amplia argumentación democrática. Los que señalan que no es posible hacer nada frente a las pautas o políticas elaboradas por el gobierno y solo ven el camino al despeñadero sin presentar otra alternativa, no contribuyen más que a acelerar ese sendero lleno de fatalidad que yo considero es evitable.
[1] Una parte de este artículo salió publicado en Página Siete del 11-12-21.