LA CRISIS CLIMÁTICA: UN REFLEJO DE LA HUMANIDAD Y DEL MODELO SOCIO ECONÓMICO

La acumulación de capital, como principal motor del capitalismo, sigue profundizando la crisis climática, con el 1% más rico de la población mundial siendo responsable de una parte desproporcionada de las emisiones de CO2. En el corazón de la crisis ecológica actual se encuentra el capitalismo termoindustrial, un sistema económico profundamente arraigado en el uso de energías fósiles. Este modelo, no solo ha impulsado un crecimiento económico sin precedentes, sino que también ha exacerbado nuestra dependencia de los combustibles fósiles, intensificando la emisión de gases de efecto invernadero. Este panorama nos urge a replantear nuestro modelo económico, así como nuestro comportamiento consumista, al igual que nuestras prioridades sociales, para abordar de manera efectiva la crisis de biodiversidad.

¿Antropoceno o Capitaloceno?

El término antropoceno (anthropos = humano) fue introducido a principios de los años 2000, popularizado por Paul Crutzen (meteorólogo y químico atmosférico), para indicar que estamos en la era en la que los seres humanos dominan y modifican el planeta; por el elevado impacto que nuestra actividad tiene sobre el medio ambiente, afectando los procesos naturales que rigen el clima y su evolución. Desde mediados del siglo XIX comenzamos a utilizar máquinas potenciadas por carbón (y luego por otros combustibles fósiles), permitiendo multiplicar miles de veces la fuerza humana, dando paso a la era de la industrialización, en la que se incrementó la productividad de manera exponencial.

Para el antropólogo Pierre Thomas, no corresponde utilizar el término antropoceno para referirse a los últimos 170 años, dado que este tipo de terminología está ligada a eras geológicas correspondientes a cientos de miles o millones de años. Indica que por más que la humanidad queme los últimos gramos de carbón de aquí a unos 300 años; en términos geológicos, 500 años de utilización de combustibles fósiles; o incluso diez mil años (desde la invención de la agricultura), son un parpadeo en comparación a los tiempos geológicos de la tierra y de la naturaleza.

Dado que el ser humano está modificando drásticamente el medio ambiente, sería más oportuno referirse a nuestra época como “crisis antrópica”: extinción masiva de vida en la tierra a causa de la actividad humana. El término “antropoceno” surgió por intereses comunicacionales y con una connotación política, dirigida a despertar conciencias y enunciar el impacto del hombre en el medio ambiente. Sin embargo, no es toda la humanidad, ni toda la actividad humana la responsable de la crisis climática y de la extinción de la biodiversidad.

Para identificar adecuadamente a los responsables de ésta crisis, Andreas Malm (geógrafo y profesor de ecología humana), sugiere utilizar el término “Capitaloceno”, para insistir que el capitalismo termoindustrial basado en las energías fósiles, es el mayor responsable de la crisis ecológica actual. Siendo la acumulación de capital el principal motor que profundiza la dependencia en los combustibles fósiles y por consiguiente intensifica la emisión de gases de efecto invernadero.  

Es importante señalar que las desigualdades generadas por el capitalismo han llevado a una situación en la que el 1% más rico de la población mundial, es responsable de más del doble de las emisiones de CO2 (dióxido de carbono) que el 50% más pobre de la humanidad.

El impacto del modelo económico, destacada por la noción de “Capitaloceno”, suele ser ignorada por los medios de comunicación al abordar la crisis climática. En lugar de enfocarse en el impacto del sistema capitalista, los medios tienden a enfocarse en la demografía, sugiriendo que el problema del aumento de emisiones de CO2 se debe a que hay demasiadas personas en el planeta y sugieren controlar el crecimiento demográfico para contrarrestar los efectos del cambio climático. Sin embargo, esto contrasta con el hecho de que los países con mayor crecimiento demográfico suelen ser los que tienen menores emisiones de dióxido de carbono. Por el contrario, los países con mayores emisiones de carbono tienen índices de crecimiento demográfico bajos o incluso decrecientes.

Dos países que se destacan como excepciones a lo mencionado anteriormente son China e India. Sin embargo, es importante considerar que gran parte de la producción en estos países se destina a la exportación hacia el norte global. Muchos países desarrollados han relocalizado su producción en China e India, principalmente debido a la oferta de mano de obra y energía más barata. En particular, gran parte de la energía industrial y eléctrica de China se basa en el carbón.

Entonces, ¿deberíamos culpar a China por sus emisiones de carbono, o a las corporaciones del norte global que se establecieron allí hace unas dos décadas? Estas corporaciones iniciaron el aumento de las emisiones de CO2 en China y luego en India. Estos países continúan “absorbiendo” las emisiones de gases de efecto invernadero que dejaron de producirse en los países industrializados. Los consumidores de los productos que generan estas elevadas emisiones de dióxido de carbono se encuentran en el norte global. Por ejemplo, en Francia, el 54% de sus emisiones de CO2 se generan en el extranjero.

Toda esta maquinaria productiva necesita de un consumo insaciable, que continuamente se busca incentivar. Para contrarrestar esta tendencia es necesario revelar facetas de nosotros mismos, de las que no somos conscientes, debido a que estamos inmersos en una realidad construida sobre nuestras pasiones y deseos de reconocimiento. Que nos llevan a querer resaltar entre nuestros semejantes o a ser parte de una clase social superior, que asumimos como una forma de mejorar y trascender hacia un estatus social que asegure nuestro futuro y el de nuestra descendencia. Sin tomar en cuenta que ese consumismo, está provocando el fin de las condiciones biológicas y climáticas que nos permitirán vivir en el planeta, pero somos ciegos ante esa realidad y vivimos vislumbrados por ambiciones de grandeza.

Adictos al consumo y al estatus social

La sociedad de consumo en la que estamos inmersos, promete una felicidad hedonista a través del consumo, donde el placer se convierte en el fin último de la vida. Entre los productos más emblemáticos se pueden citar los automóviles de lujo, los teléfonos inteligentes, la ropa de marca y los muebles de diseñador, así como servicios que ofrecen experiencias inolvidables.

Los consumidores estamos desconectados de la realidad, percibimos los objetos y servicios como milagros que simplemente aparecen en las tiendas (físicas y virtuales), perdiendo de vista el vínculo entre su concepción, diseño, producción y consumo. No consideramos el trabajo, ni los procesos de producción involucrados, permaneciendo indiferentes ante ellos. Esta indiferencia mantiene a los consumidores en una forma de inmadurez, confiando ciegamente en los fabricantes, sin cuestionar sus verdaderas motivaciones, ni las consecuencias del consumo sobre las condiciones que permiten la vida en el planeta.

El crecimiento económico resultante del consumo mide sólo lo cuantificable, ignorando trabajos no remunerados y el deterioro del medio ambiente, aspectos catalogados por los economistas como simples “externalidades negativas”. Así, el crecimiento económico se convierte en un proyecto absurdo que genera problemas mientras pretende crear bienestar, perpetuando el mito de “más consumo, más bienestar”. Que termina beneficiando al 1% de la población mundial.

La sociedad de consumo no se limita a la economía, sino que también opera a través de una ideología compartida por sus miembros. Esta ideología motiva la búsqueda obsesiva de estatus, prestigio y rango social, utilizando el consumo para posicionarnos en una jerarquía social. El consumismo, según el sociólogo Jean Baudrillard, es un lenguaje en el que se intercambian símbolos (marcas) y un proceso de jerarquización, haciendo que los consumidores se conviertan en esclavos de las normas sociales y de la publicidad, que vende prestigio y distinción y no así bienes y servicios necesarios por su utilidad práctica.

Es la lógica de los deseos humanos y no las leyes de la economía, la que dice la verdad sobre nuestra sociedad de consumo. Esta sociedad vuelve a los humanos esclavos de sus deseos y de eso la economía no habla. Lo peor de la visión economicista del mundo es que no sabemos hacia dónde vamos. La increíble riqueza material del occidente disimula una falta de control sobre el destino colectivo, e incluso una completa falta de destino colectivo. La sociedad de consumo consiste a la vez en un condicionamiento ideológico y en una lógica social, que nos mantiene ciegos de los efectos climáticos que ocasionamos con nuestros hábitos de consumo.

¿Hacia dónde enfocar las soluciones?

La sociedad de consumo enriquece materialmente a algunos de sus miembros mientras empobrece material y psicológicamente a la mayoría, manteniéndonos en una inmadurez que perpetúa el consumismo y sus efectos destructivos sobre el planeta. Además, intenta posicionarse como parte de la solución, asumiendo erróneamente que los mismos niveles de consumo, que generan los combustibles fósiles, pueden mantenerse con “energías verdes”, lo que es físicamente imposible. El “tecnosolucionismo” forma más parte del problema que de la solución, ya que requiere de energías fósiles y recursos minerales para producir los artefactos tecnológicos que son la base de su propuesta.

El cambio climático y la crisis ecológica no son responsabilidad de toda la humanidad, sino sobre todo de un sistema capitalista que prioriza la acumulación de capital y la explotación laboral y de recursos. Al reconocer que el 1% más rico de la población es responsable de la mayor parte de las emisiones de CO2, se hace evidente la necesidad de replantear nuestro modelo económico y nuestras prioridades personales. Adoptar una perspectiva crítica que visibilice los verdaderos motores del consumismo y aborde las desigualdades estructurales es esencial para avanzar hacia un futuro sostenible.

Es imperativo que comprendamos nuestra interdependencia con la naturaleza y la necesidad de políticas que promuevan la preservación de ecosistemas saludables; para lo cual, es necesario concebir modelos socio económicos que permitan una desaceleración de la economía globalizada y un desapego al consumismo. Aspectos poco nombrados en general y contrarios a la noción de desarrollo predominante, pero necesarios para dejar de depender de los combustibles fósiles y de la acumulación de prestigio y de capital. En su lugar promover la preservación de la biosfera, en búsqueda de asegurar la continuidad de la humanidad y de nuestras civilizaciones durante los próximos milenios.