¿QUIÉN VIGILA A LOS VIGILANTES? PALANTIR Y EL NEGOCIO DEL ESPIONAJE GLOBAL
The Knower: Un dúo franco-yanqui que cantó lo que la empresa de software Palantir hizo realidad. The Knower no es solo un grupo de electro-funk con letras irónicas. Es un proyecto nacido en 2010 de la unión de Louis Cole (estadounidense) y Geneviève Artadi (francesa), dos músicos que, con humor ácido, advirtieron sobre la obsesión paranoica de los gobiernos por vigilar hasta el último rincón íntimo de la vida de sus ciudadanos. Su canción “The Government Knows” (El gobierno sabe) es una sátira que grita: “¡El gobierno sabe cuándo te masturbas!”. Lo curioso es que, mientras ellos componían en tono burlón, en Silicon Valley, un millonario libertario (Peter Thiel, el mismo que quiso congelar cadáveres para resucitarlos) y un filósofo con doctorado en neomarxismo (Alex Karp, que habla de ética mientras vende software para drones) fundaban Palantir, una empresa que haría de esa broma macabra su modelo de negocio.
Palantir es el equivalente al Ojo de Sauron. Imagínen que J.R.R. Tolkien, en un periodo de pesimismo futurista, hubiera escrito 1984 mientras escuchaba a The Knower. El resultado sería Palantir Technologies, la empresa que convirtió las piedras videntes de “El Señor de los Anillos” en algoritmos que rastrean desde tu último tuit hasta los movimientos de un misil en Donetsk, Ucrania. Palantir es el Sherlock Holmes de la vigilancia masiva: deduce, predice y, a veces, inventa enemigos.
Mientras una francesa y un estadounidense critican el espionaje estatal, un tecnófilo y un teórico se asocian para convertirlo en modelo de negocio. En Estados Unidos, incluso las contradicciones tienen patente. El nombre de la empresa no es casual: Palantir remite a las esferas de la Tierra Media —los palantiri— artefactos concebidos para vigilar a distancia, pero que acababan distorsionando la percepción y corrompiendo a quienes las usaban. Thiel, admirador declarado de Tolkien, difícilmente eligió ese nombre sin plena conciencia de su carga simbólica.
Cuando The Knower cantaba: “El gobierno sabe cuándo lo estás haciendo / Pueden verte desde el espacio exterior”, Palantir ya diseñaba sistemas para que el Pentágono rastreara no solo la intimidad de cada persona, sino movimientos migratorios, transacciones financieras y hasta el patrón de consumo de restaurantes de comida rápida. La diferencia es que The Knower usaba ritmos explosivos para alertar; Palantir usa Inteligencia Artificial para encubrir sus acciones bélicas y normalizar el horror.
El CEO Alex Karp, con su aura de profesor lunático, lo resume así: “Nuestra tecnología salva vidas… aunque a veces requiera terminar con otras”. Mientras, Louis Cole, desde un escenario, corea: “¿Para qué crees que pagas impuestos? Para drones y espías, ¡hackeos informáticos!”. Ambos ponen en evidencia la obsesión estadounidense por dominar el mundo con satélites, software y espionaje. Minimizando muertes y gastos armamentísticos, haciéndolos parecer totalmente necesarios y justificables, con tal de mantener las condiciones favorables a sus intereses geopolíticos y financieros.
El negocio de la paranoia premium, de los datos ajenos y empleados ejemplares
Estados Unidos, así como Palantir no vende software, vende tranquilidad condicionada y miedo de alta gama. Su modelo de negocio es sencillo y efectivo. Primero, fabrica un enemigo: terroristas, migrantes, hackers o incluso ese cliente molesto que devuelve hamburguesas. Luego, ofrece una supuesta solución: plataformas que prometen controlar el caos, pero que, en muchos casos, lo organizan, lo amplifican o simplemente lo convierten en una fuente rentable de datos. Finalmente, cobran por ello: contratos millonarios con el Pentágono, ICE (Immigration and Customs Enforcement, o Servicio de Inmigración y Control de Aduanas de EE.UU.), la OTAN o incluso cadenas de comida rápida.
Sus productos no disimulan su propósito:
- Gotham vigila “amenazas” en Ucrania y más allá.
- Metropolis predice si los barrios en Estados Unidos serán un foco de crimen, antes de que lo sepan sus propios habitantes.
- AIP usa ChatGPT para que los generales redacten órdenes de ataque con redacción impecable.
Todo con el respaldo entusiasta de Washington, que ve en Palantir un nuevo “Destino Manifiesto” digital. Como dijo Alex Karp, su CEO: “Nuestros sistemas son tan buenos que hasta predijeron que seríamos indispensables.” La frase resume el cinismo de una empresa que no crece en tiempos de paz, sino que florece en el caos: guerras, pandemias o crisis migratorias. Cada desastre es una nueva oportunidad comercial. En resumen, Palantir no solo monetiza el miedo, sino que lo administra, lo refina y lo vende como servicio.
Por su parte, los trabajadores de Palantir son ingenieros idealistas que entraron a “cambiar el mundo” y terminaron diseñando sistemas que rastrean a un activista en Nairobi o predicen cuando un estadounidense comprará un arma. Según un ex empleado entrevistado en el video: “I Worked At Palantir: The Tech Company Reshaping Reality”, realizado por el canal de YouTube “More Perfect Union”, en Palantir hay dos tipos de empleados:
- Los que creen que salvan vidas (mientras ignoran que su código puede acabar con otras).
- Los que sufren crisis existenciales (pero callan por los bonos que reciben).
¿Y la privacidad? Para Palantir, es un mito sin importancia. Con acceso a datos de gobiernos, redes sociales de personas de todo el mundo, incluyéndote a ti que lees este artículo y con acceso hasta a tu reloj inteligente, su IA sabe más de ti que tu terapeuta. Y el gobierno de Estados Unidos no sólo lo aprueba, lo celebra, mientras defiende la libertad de expresión.
¿Qué siente un ingeniero de Palantir al saber que su código ayuda a separar familias en la frontera con México o a marcar blancos en Yemen? Según el ex empleado del video, es como trabajar en un McDonald’s cósmico: sirves hamburguesas (o algoritmos) sin preguntar quién las come o cómo se usan. La ética es un lujo que no está en el menú.
Mientras The Knower ironiza esta situación en sus letras, los empleados de Palantir miran pantallas llenas de datos de personas que nunca conocerán, pero cuyos destinos impactan, sin que eso les importe. Algunos se justifican: “Estoy aquí para prevenir el próximo 9/11”. Otros, como el ex empleado del vídeo, huyen antes de que su alma se convierta en un archivo .csv.
Un planeta bajo el ojo de Sauron y la actualización del colonialismo
Palantir no tiene fronteras. Sus clientes son tan diversos como siniestros. España compra su software para vigilar a sus propios ciudadanos. Corea del Sur usa sus algoritmos para espiar a Corea del Norte… y viceversa.
Palantir convierte la paranoia en un producto de exportación. ¿El resultado? Un mundo donde la privacidad es tan anticuada como los CD’s, y la soberanía nacional un chiste que solo entienden los accionistas de Wall Street.
La consolidación tecnológica de Palantir no sólo redefine la vigilancia, sino que actualiza el colonialismo del siglo XXI bajo un disfraz digital. Al integrar imágenes satelitales, escuchas de comunicaciones y registros financieros en paneles operativos que prometen una “visión única del campo de batalla”, la empresa no sólo acelera la toma de decisiones, sino que construye un panóptico global donde gobiernos clientes —desde Ucrania hasta Honduras— dependen de algoritmos estadounidenses para definir qué es una amenaza. Esta capacidad, alabada como eficiencia, es en realidad una forma más de extracción: los datos locales se convierten en materia prima para alimentar sistemas de IA que refuerzan la hegemonía estadounidense. Como señalan académicos, este proceso “replica el despojo de recursos naturales”, pero en lugar de oro o petróleo, se explotan patrones de movilidad, hábitos financieros y hasta emociones ciudadanas.
Un ejemplo de esto, es el uso dual de sus herramientas. Mientras Gotham coordina ataques de drones en zonas de guerra, Metropolis vigila barrios marginales en ciudades como Nueva Orleans, donde la policía accedió sin restricciones a datos personales de residentes, incluyendo redes sociales y registros médicos. Este cruce entre guerra y seguridad interior no es un error, sino, su modelo de negocio. Países de ingresos medios, ávidos de tecnología “de punta”, terminan cediendo el control de sus infraestructuras críticas —desde sistemas migratorios hasta redes energéticas— a una empresa que responde ante accionistas, no ante ciudadanos. Como denuncian activistas del Sur Global, como la Fundación Internet Bolivia, la “soberanía digital” es hoy una quimera, cuando las reglas las escriben quienes controlan el código.
Esta dinámica se agrava con la captura normativa. Palantir no solo vende software: moldea las políticas que lo regulan. Al reclutar ex legisladores como Mike Gallagher —arquitecto de la estrategia de IA militar del Pentágono— y colocar ex empleados en puestos clave de agencias de defensa, la empresa asegura que las leyes se redacten a su medida. La OTAN, por ejemplo, adoptó su sistema Maven Smart System en tiempo récord, descartando alternativas europeas como el proyecto francés Artemis. Este alineamiento no es casual: establece estándares tecnológicos que privilegian los intereses estadounidenses, mientras países socios renuncian a desarrollar capacidades propias. La Unión Europea, aunque critica el monopolio de Palantir, carece de herramientas para fiscalizar plataformas cuya complejidad excede incluso sus marcos regulatorios actuales.
The Knower terminaba su canción con un desafío: “¡Que se joda el sistema opresor!”. Palantir, en cambio, es “el sistema opresor”: un gigante que vende control total disfrazado de innovación. Mientras el dúo musical usaba el humor para exponer la vigilancia, Thiel y Karp usan la IA integrada a PowerPoint para hacerla sexy para sus clientes.
El resultado es un mundo donde la soberanía se erosiona a la velocidad de un clic. Mientras activistas exigen “justicia digital”, Palantir convierte crisis en contratos y datos en armas. La pregunta ya no es si los Estados pueden vigilar a su población, sino ¿Quién vigila a los algoritmos que vigilan a los Estados?
La próxima vez que uses tu webcam, recuerda: si The Knower te está viendo, al menos pondrá algo de música funk en tus parlantes. Palantir, en cambio, ya tendrá todos tus datos, sabrá por quién votarás en las próximas elecciones y te enviará un dron… y una factura.