Los Recursos Naturales en el Escudo Nacional de Bolivia
Cuando en 1825 la Asamblea Deliberante proclamó la Independencia de las Provincias del Alto Perú, se asumió como tarea fundamental, dotar a la República de Bolívar de una identidad específica. Dicha misión tenía el propósito de garantizar la supervivencia, la autonomía, la gobernabilidad, el bienestar económico y la autoestima colectiva de la naciente República. Para construir esa identidad, la Asamblea Deliberante creó los Símbolos Patrios, entre los que se destaca el Escudo Nacional, el cual legitimaba la Independencia de la República. Asimismo, este símbolo patrio ratificaba la definitiva ruptura con el viejo orden colonial y reafirmaba la independencia del país con otras repúblicas como ser la de España, del Perú y de Las Provincias Unidas del Río de la Plata.
Posteriormente, en 1826, se evidencia una crisis económica provocada por la Guerra de Independencia. A tal efecto, la “República Boliviana” a través de su Escudo Nacional de 1826 expresó este sentir en un imaginario que fundamentaba el bienestar económico a través del extractivismo minero. En este contexto, se encuentra los procesos que tejieron la historia representada en el Emblema Patrio, el cual es una profunda dimensión simbólica que permite comprender su emergencia, su forma, y sobre todo su contenido semiótico que pese al transcurso del tiempo prevalece aún en el siglo XXI. Mensaje a través del cual, quienes diseñaron el emblema priorizaron la representación de los recursos naturales antes que la representación de los hombres dueños de esos recursos.
Partiendo del principio metodológico que establece que las imágenes son una fuente insustituible en la aproximación a la íntima esfera de los imaginarios y las mentalidades pues reflejan no solo lo que todos perciben, “lo visto”; sino el trasfondo histórico o lo que Peter Burke define como “lo no visto”. En ese sentido, se ha procurado encontrar en ellas, la comprensión de los diversos procesos históricos que convergieron en la construcción del imaginario que se expresó a través del Escudo de Bolivia.
La figura de un camélido en el Escudo de Bolivia logró sin haberse previsto, representar a la población indígena en el símbolo patrio, en el que paradójicamente se trataba de invisibilizar la presencia del indio en la república de “Bolívar”. Altamente valorados por el imaginario indígena, los camélidos cumplieron un rol trascendental en la construcción de las sociedades pre hispánicas, fijándose en la memoria colectiva como la representación de un don divino que la retórica liberal no pudo invisibilizar. Siempre vinculada al indio, la imagen de la llama se fijó en la memoria colectiva como parte constitutiva de la construcción social indígena y a fines del periodo colonial se asoció a la violencia extrema que caracterizó la Gran Rebelión Indígena, más aún si los líderes y principales protagonistas de la insurrección fueron arrieros que comerciaban en los circuitos que vinculaban toda el área andina. Injustamente desvalorizada la imagen de la llama, no pudo en 1825 constituirse en icono de identidad nacional. Por otro lado, la imagen de la alpaca plasmada en el Escudo Nacional cumplió en consecuencia, una doble función, por una parte ocupar el lugar de la vicuña, símbolo de nobleza ya incluido en el Escudo del Perú; mientras lograba la identificación no esperada de la mayoría indígena que encontró en el ícono, la memoria de un pasado en el que los camélidos formaron parte substancial de su cultura y contribuyeron a configurar un imaginario que veía a los recursos naturales como una gracia divina que debía administrarse como un tesoro.
La figura del Cerro de Potosí en el Escudo, igualmente, denota una significación mítico-religiosa y obviamente económica que legitimaba la apropiación y explotación de los yacimientos y de la mano obra minera. Construcciones sociales que se arraigaron en la memoria colectiva convirtiendo al cerro en un indiscutible símbolo de identidad y de riqueza. Esta manera de sentir e interpretar la realidad histórica, desvió la atención colectiva de la profunda crisis que vivía la minería al emerger la República de Bolívar (1825). El imaginario colectivo no reparó en la realidad económica, sino que hizo prevalecer la creencia de que los recursos minerales eran garantía de riqueza inagotable; de que Potosí, la mina que antes sostenía al sistema mundo occidental había pasado a pertenecer solamente a la nueva República; y que sus recursos minerales y humanos se habían convertido en un tesoro que debía ser protegido del saqueo extranjero; todo lo que garantizaría el bienestar futuro.
Como afirman Pablo Cruz y Jean Vacher (2008), “los metales y su producción ocuparon un lugar destacado en la vida de las sociedades prehispánicas cargados de simbolismo, relacionados con los cerros sacralizados y las antiguas divinidades fueron la materia para la fabricación de objetos rituales y bienes de prestigio, marcaron la organización social de los antiguos pobladores de la región y las relaciones inter étnicas”. El profundo valor simbólico del cerro de Potosí, no fue producto exclusivo de la mentalidad mercantilista impuesta a partir de la conquista hispana, sino que también deviene del imaginario colectivo prehispánico que percibía a los metales preciosos como un don divino y como un signo de belleza y de poder que fue incorporado a la vida de los hombres y las mujeres en todas sus dimensiones: razón suficiente para reconocer en el icono plasmado en el Escudo Nacional una representación de la historia y la cultura prehispánica capaz de prevalecer sobre la cruel experiencia de la mita minera colonial.
La imagen del Cerro Rico en el Escudo de la República de Bolívar en 1825 y en el Escudo de la República Boliviana en 1826, simboliza la riqueza natural más importante por entonces existente en el territorio. No puede definirse como un “símbolo colonial”, sino más bien como un símbolo de la lucha del hombre andino por sus recursos; que en absoluta inferioridad de condiciones tecnológicas se enfrentó al hispano en defensa de los recursos de su tierra, por sus creencias y por su identidad. Debido a que la mentalidad europea era signada como mercantilista, ambiciosa por la riqueza a corto plazo y por la violencia empleada para conseguirla. Donde peninsulares y criollos explotaban a yanaconas, indios varas, mingas y kajchas por poder político y económico generado por la plata potosina, que en el marco del sistema mundo se describía y sintetizaba en las frases “as rich as Potosí” y “vale un Potosí”. Los recursos minerales fueron la causa de luchas encubiertas o claramente manifiestas que se sucedieron en el tiempo, además de ser el origen de procesos de legitimación y justificación que terminaron fijando en la imagen del Potosí los anhelos de poder económico y político. Emblema de poder que la Guerra de Independencia arrebató al hispano para entregarlo como símbolo de identidad nacional a la nueva República y como signo de su bienestar económico futuro.
Asimismo, en el marco de un profundo lenguaje simbólico, en 1825 se encuentra inserta en el Escudo de Bolívar la imagen del “prodigioso” árbol del pan que desde una perspectiva esencialmente política convertía al emblema en un homenaje sin precedentes a la persona de Simón Bolívar, en un don que demandaba del Libertador el apoyo a la emergencia de la nueva república y consecuentemente su protección. El sorprendente símbolo de las riquezas del Estado en el reino vegetal, cuya existencia en territorio de Charcas no fue confirmada; constituía en la dimensión de “lo no visto” un homenaje a la tierra de origen del héroe venezolano donde la especie era símbolo de identidad nacional; así como, al linaje de Bolívar distinguido por un escudo de armas cuya forma y distribución fue replicada en el Escudo del Perú y en el Escudo de la República Bolívar, emblemas que entre sus principales iconos incluían un árbol que en el proceso de re significación de los símbolos pasó a ser símbolo de libertad en la Gran Colombia.
En 1826, en medio de una fuerte y creciente oposición en América a los proyectos del militar venezolano aparece la imagen del haz de trigo incorporado sin mayor explicación al Escudo de la República Boliviana. Este ícono no solo representaba el poder local que se oponía a la autoridad y a los proyectos bolivarianos; sino que hacia también una involuntaria referencia a la lucha que por la defensa y preservación de sus recursos emprendieron los pueblos prehispánicos empleando todos los medios que la opresión española había dejado a su disposición.
En la dimensión de “lo no visto” ni considerado por quienes dispusieron la transformación del emblema patrio; la gavilla de cereal plasmada en el paisaje que representa los recursos naturales de la república Boliviana retrotrae a la memoria colectiva repentinos descensos de la población indígena en las minas y en las haciendas, inexplicables “huidas” de los indios que eran obligados a prestar servicios personales, una creciente presencia de forasteros sin tierra no sujetos al pago del tributo y la consecuente emergencia de mestizos que incorporando a sus forma de vida elementos de la cultura europea, transformaron el orden social establecido y contribuyeron a la erosión del poder hispano al tomar parte activa en la Gran Rebelión Indígena y en la lucha por la Independencia.
Aunque reconocer la presencia indígena y mestiza en la Guerra de Independencia y en la composición de la sociedad boliviana no estaba previsto por los grupos de poder que actuaban a través de la Asamblea Constituyente, el propio proceso de significación y re significación de los símbolos termina reafirmando un contenido semiótico que mediante la imagen del haz de trigo, de la alpaca y del Cerro Rico hacen referencia a la permanente, tenaz y silenciosa lucha de los indios por sus riquezas naturales.
Desde esta perspectiva, el Escudo de Bolivia constituye un símbolo de lucha que se legitima en la medida en que los bolivianos y las bolivianas descubren, reconocen y valoran su propia historia.