El empleo

El Alto: Ciudades más verdes en América Latina y el Caribe

por Alberto Bonadona Cossio

La crisis económica que ahora se vive en el mundo tiene un costo enorme en las personas que, a veces, da la impresión no se lo percibe en su verdadera dimensión. Se lo mide en porcentajes o en cifras absolutas. En Estados Unidos llegó en lo peor de la pandemia a superar el 14%, el BID dijo que en Bolivia los afectados por la caída de la actividad económica es de 400 a 500 mil individuos, el INE registra que el desempleo afecta a cerca de 600 mil personas. Las cifras oficiales, vengan de donde vengan, no sólo son frías, son totalmente impersonales y se las lee como lo que son: números.

La persona desempleada, sin embargo, o aquella que perdió su fuente de ingreso, aunque sea fruto de un empleo precario, se coloca al borde de la desesperación. No es solamente la falta de ingreso que la apesadumbra; es la prole que trajo al mundo y las necesidades que tienen todos los días que no le dejan dormir. El anuncio estatal que recibirá un bono para el hambre lo ilusiona un momento, porque eso es lo que durará ese dinero. En menos que cante un gallo se habrán esfumado de sus manos y no le quedará nada en el bolsillo.

Lo que el desempleado quiere es un puesto de trabajo que le restituya su capacidad de compra. No entiende, ni tiene por qué entender, que el déficit fiscal es elevado, que la balanza de pagos está en desequilibrio desde que el auge de las materias primas cayó, que el gobierno quiere primero austeridad para arreglar, tal vez después del Carnaval, la situación económica. Mientras tanto, el ciudadano que no percibe un ingreso desde los problemas de octubre de 2019, o como resultado de la pandemia, que lo encerró en su casa o tuvo que salir de ella para vender lo que sea y en donde sea, requiere algo más concreto que solucione su falta de ocupación y, por lo tanto, pueda responder a las carestías de su familia.

Esta respuesta la debe dar el gobierno. La crisis no la ocasionaron los cientos de miles de desocupados. Tanto el fin del auge como la pandemia vinieron de fuera y, aunque el ama de casa, el vendedor ambulante, el mini, mediano o gran empresario, lleguen a tener una idea de lo que pasa en la economía nacional y mundial, lo que todos requieren es que el Estado inicie un programa de reactivación. Éste sólo se puede hacer con dinero que salga  de la impresión de billetes. Esta es la única real posibilidad que tiene el gobierno para iniciar la recuperación de la economía.

No es con un bono, que en total apenas llega a 4.200 millones de dólares, que se reanimará la demanda agregada y  que ésta alentará a que la producción reaccione y todos quedarán felices. Se requiere de un gran programa de reactivación que cuente con más de 60 mil millones de bolivianos. Así se apoyará a los productores, que han visto su pequeño o gran taller ocioso porque perdió plata cuando no pudo vender por los paros políticos o de salubridad, o que no puede pagar el crédito con el otro crédito que el gobierno le dice está disponible en la banca. También están los talleres que no cumplieron sus compromisos de producción con los clientes nacionales y extranjeros.

Estos casos e innumerables otros más requieren del socorro estatal. Socorro que reabrirá, paulatinamente, la capacidad de producir y de generar empleo. Así se reanimará el consumo y el efectivo apoyo a las familias. No es, para mal de los pesares, un proceso como el de abrir y cerrar la pila, tomará tiempo. Cuanto más se tarde el gobierno en responder a estas necesidades más tardará en salir la economía de la profunda recesión en que se encuentra. Volver a los niveles de ingreso por persona de 2018 tomará más allá de tres o cuatro años, si es que se apresuran las medidas de rescate de la alicaída economía nacional.

Una ciudad, como El Alto, por ejemplo, tiene un potencial productivo que va más allá de la feria de la 16 de Julio. Es una economía de productores, grandes y pequeños, con habilidades, y es hora que el Estado se dé cuenta de su potencial. Muchos expertos nacionales e internacionales han recomendado se coloque a El Alto en lugar preferencial por las potencialidades de creación de valor agregado que tiene. Con las crisis recientes se ha visto profundamente afectado. Lo cierto es que todas las ciudades del país han sido afectadas. 

Si llamó la atención respecto a la economía de El Alto es porque me han llegado, vía WhatsApp análisis y notas periodísticas que me hicieron ver algo que no veía: El Alto es una ciudad creadora de empleos modernos, industriales y preindustriales que bien puede ser emulada por otras ciudades si tan sólo recibiera el apoyo que desde hace tiempo necesita.

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