LA ECONOMÍA BOLIVIANA FRENTE A LOS MALOS AUGURIOS DEL FMI Y OTROS

Toda persona tiene un sesgo como tiene una visión del mundo y de la vida. Se sabe que todos miran los hechos, las cifras, con unas gafas de sol, o lentes para regular o empeorar la miopía o exagerar la presbicia. También las instituciones multilaterales, como el FMI, tienen su propio sesgo. Estos sesgos provienen de cómo ven la economía y sus componentes, o de cómo la quieren ver. El FMI, por ejemplo, posee una visión ortodoxa de la economía en la que predomina una concepción del mercado como un excelente y justo distribuidor de recursos. En los últimos decenios ha incluido una particular atención a los niveles de pobreza que exhiben países como Bolivia.

No dudo que su preocupación por los pobres es genuina. También tengo buenos amigos y colegas que, siendo fundamentalistas del mecanismo de mercado, honestamente dicen que les afecta ver gente que sufre de miseria, hambre, falta de vivienda y otros males que acarrea la pobreza. No obstante, esperan que todos esos males sean resueltos en el tiempo, en la medida que la economía crezca y logre sacar, como lo ha estado haciendo por más de un siglo, a mucha gente de la pobreza. Es parte, para estas personas, naturales y jurídicas, del devenir del capitalismo.

Entonces, que el informe del FMI, que responde a las consultas que anualmente realiza en todos sus países miembros y se refiere como Artículo IV, contenga algunos comentarios a los alivios a la pobreza, no debe sorprender a nadie. Particularmente, en esta época COVID, realiza comentarios similares para todos los países de cómo enfrentaron la pandemia y sus secuelas en el grado de pobreza. Igual hace para Bolivia. Ahora, añade algún comentario sobre los efectos de la guerra de Ucrania. Es parte de la necesaria sensibilidad ante las desdichas humanas.

Pero, la ortodoxia económica no puede ir más allá. Debe mostrarse de cuerpo entero; las apreciaciones de lo que ocurre en la economía se derivan de lo que los manuales teóricos apuntan. Así, las recomendaciones se orientan a la “restauración de la sostenibilidad macro” y, por supuesto, se debe reducir el déficit fiscal primario en torno al 1,5% del PIB “por medio de un plan creíble de mediano plazo”. La disminución de los gastos fiscales debe eliminar el pago del segundo aguinaldo (ellos ya saben algo que el resto no conoce). También recomienda, entre un rosario de consejos, ampliar el número de personas que paguen impuestos reduciendo gradualmente la informalidad, disminuir gradualmente los subsidios. También sugiere la “adopción de una tasa de cambio flexible conjuntamente un marco monetario que establezca metas inflacionarias que sustancialmente aumenten la resiliencia a los shocks del mercado”.

Estas recomendaciones las oigo de muchos economistas nacionales y me pregunto si realmente, el FMI y estos colegas, creen que se pueden ejecutar sin condiciones previas. Por ejemplo, flexibilizar el tipo de cambio, exige que la gente clame por la medida resultado de un proceso inflacionario. O sea, primero, el gobierno desataría una inflación (sin enunciados de metas inflacionarias de un mercado resiliente) al dar gusto a todas las exigencias sectoriales, como por ejemplo, aumentos salariales, mejoras de las jubilaciones, derogación o abrogación de decretos que no gustan a sectores de trabajadores por la razón que sea y otras demandas que salgan en el próximo o mediano futuro. 

Al cabo de este proceso, la deuda interna que se encuentra en moneda nacional en más de un 90% se reduciría y el Estado estaría aliviado de esa carga, los trabajadores soportarían la eliminación de subvenciones; salarios y pensiones serían miserables respecto a su poder adquisitivo. Con certeza el número de trabajadores informales habrá crecido y los niveles de pobreza, ahora resaltados por el FMI como un gran avance social, serían, después de la devaluación que aplaudiría el mismo FMI y los colegas nacionales, objeto de lástima y sugerencias a que se disminuyan. La referencia a que la pobreza disminuyó de hoy, se convertiría en qué pena que aumentó y corresponde disminuirla. 

Por supuesto que se daría cuenta, el FMI, que con esas medidas, acompañadas, con una disminución del déficit fiscal, la informalidad crecería y los limosneros también. Pero a este resultado, lo calificará del costo necesario para alcanzar el debido y necesario equilibrio.  

Estoy en contra de esa ortodoxia. Ya otros países la probaron y Bolivia también. Prefiero mirar el vaso medio lleno. Este año las exportaciones pueden romper el récord de 2014 y alcanzar los 14.000 millones de dólares (sobre esta base se deberían buscar medios tributarios y de otra índole para que aumenten las reservas). Sin embargo, las reservas internacionales se están recuperando lentamente, no cabe duda; entre el 9 y el 12 de septiembre subieron 542 millones. El PIB sigue creciendo. Para aumentar las reservas en el BCB, el gobierno puede comprar dólares al precio que las casas de cambio lo hacen (a 6,93 y no a 6,86), solo tendrá que imitarlas: no pedir CI y pagar el precio del mercado.

También puede emitir bonos en dólares con una tasa de interés de mercado interno. Si se cambió la tasa de encaje legal en dólares (porcentaje depositado en el BCB por cada depósito en esa moneda que recibe la banca) lo que dio a ésta mayor liquidez, no hay ningún principio que se rompa si se busca aumentar las RIN haciendo que los dólares en efectivo que la gente mantiene debajo el colchón, vuelvan con un incentivo a las reservas internacionales.  Una subida de reservas, mayores a lo ya alcanzado, genera confianza en el público y contribuye a no tomar las recetas nauseabundas del FMI. 

La economía está creciendo. Y me sorprende positivamente que la economía boliviana no necesite una década o más para recuperar el más alto nivel alcanzado en su producción antes de la pandemia. Nivel medido por el PIB real, esto es sin incluir el ascenso de los precios. En dos períodos anteriores, durante el siglo XX, la economía boliviana necesitó más de diez años para volver al nivel anterior más alto alcanzado, conocidas como las décadas perdidas. La primera en los años 50 y la segunda en los 80. 

En más de una ocasión expresé que sería muy difícil para la economía boliviana obtener las mismas cifras del PIB logradas en 2019 (49.256 millones de Dólares). Este 2022, todo indica que se lograrán cifras similares. O sea que ya no corresponderá hablar de efecto rebote porque el PIB de este año se aproximará a los 50.000 millones de Dólares. A partir de ahí sería alentador lograr cifras de crecimiento que traigan mejores días a todos los habitantes de este territorio.

Expertos y no expertos hablan hoy que el déficit fiscal se encuentra muy elevado y que, como tarea urgente, debe ser disminuido. Aunque no creo en esa urgencia, el gobierno ha realizado esa tarea al viejo estilo que exige la ortodoxia de la teoría económica; y desde 2020 ha reducido ese déficit de 12,7% a 9,3% (2021) y espera llegar a un 8,5% al concluir el presente año. Dadas las circunstancias económicas actuales en que la economía, si bien crecerá a su aparente tasa tradicional de 4,5% o más, necesita un impulso mayor para superar condiciones aún no superadas; secuelas de la terminación del gran ciclo de las materias primas en 2014 y de la pandemia.

Es posible que hasta fin de mes el gobierno anuncie que corresponde el pago del segundo aguinaldo. La condición es que el PIB haya crecido al menos un 4,5% entre julio de 2021 y junio de 2022. Las tasas trimestrales de crecimiento publicadas por el INE hacen pensar que este pago se haga realidad. Como señalé líneas arriba, el FMI ha sugerido al gobierno no hacerlo. Particularmente pienso que se debe dar para un empujón adicional en la recuperación de la demanda  interna y este aguinaldo es una forma de hacerlo. La misma tendrá un impacto positivo en la producción que en algunos sectores no logra una auténtica recuperación.

Este año la economía se halla con un considerable impulso proveniente de las exportaciones. Tanto la minería como las exportaciones no tradicionales han sentido un efecto, especialmente en los precios, debido a la guerra en Ucrania. De acuerdo a las predicciones del Banco Mundial, Bolivia crecerá este año a una tasa de 4,1%. Para el más conservador FMI solo lo hará en 3,8%. Situación que posiblemente ya no se repita en 2023, de acuerdo a ambos organismos, porque las economías industrializadas están ingresando a una recesión profunda con considerables impactos en todas las economías del mundo. 

Para lograr que ese no sea el resultado en este suelo, sin embargo, el gobierno menciona algunos proyectos que pueden darle otro tono a las predicciones referidas. Se ha mencionado que la exportación de urea y carbonato de litio pueden despegar en 2023 y que, incluso, un ahorro en las importaciones de hidrocarburos por la sustitución de estas con el procesamiento de biodiesel, será posible más adelante. Si estos proyectos alcanzan niveles de relevancia se tendría la posibilidad de mantener la estabilidad económica, se ahuyentaría al fantasma de la devaluación y se sostendría con mayor solvencia la bolivianización.

La coyuntura es muy compleja. Yo espero que por todos los medios al alcance de las políticas económicas se evite una devaluación. Esta sería terrible. De ahí mis palabras de optimismo. Si la gente sigue la corriente de muchos comentaristas, o del FMI, nos pone de mal ánimo y eso es lo que menos se quiere. Peor aún si es un ánimo colectivo negativo. Con esto no quiero decir que las papas y las cebollas no aumentaron de precio. El asunto está en alentar a este gobierno a hacer las cosas bien, con transparencia, con un plan claro que efectivamente busque aumentar la producción como el empleo, en un entorno ampliamente democrático y sin revanchismo político.