INTELIGENCIA ARTIFICIAL: ¿NUEVA FORMA DE EXPLOTACIÓN LABORAL EN EL SIGLO XXI?

La llegada de la inteligencia artificial (IA) recién comienza a sentirse en nuestra vida cotidiana, pero sus efectos en mayores y diferentes escalas aún son imperceptibles. Sin bien se comenta que en un futuro podría poner en riesgo muchos puestos de trabajo y transformar rotundamente el mercado laboral, poco se sabe de la dependencia que ésta tiene en los seres humanos y que sin nuestro trabajo no es tan “inteligente” como se dice. Es así que los efectos que ya viene causando en el mercado laboral hace algunos años, están más vinculados a la explotación laboral que al reemplazo de seres humanos por sistemas de IA.

 

Para que ésta maquinaria pueda funcionar, sinnúmero de trabajadores tuvieron y tienen que permanecer activos contribuyendo a su desarrollo. No me refiero a sus desarrolladores técnicos, sino a aquellos que ni siquiera son nombrados: “los entrenadores de la IA”. Mano de obra ultra barata que ofrece el hemisferio sur, que trabaja clasificando la información disponible en internet y que se utiliza para alimentar a las IAs; las nuevas máquinas de generar dinero de las empresas tecnológicas megamillonarias.

 

Puesto que no todo el desarrollo de una IA requiere de personal altamente capacitado, el “mercado libre” laboral internacional se pone una vez más al servicio de los empleadores, quienes eligen subcontratar trabajadores fuera de sus fronteras, y la precariedad laboral de los países en vías de desarrollo, permite contratar empleados con salarios mucho más bajos que los mínimos de los países económicamente más desarrollados.  

 

Se debe entender que la IA, sobre todo en su estado inicial, es como un “niño” que debe aprender a dar las respuestas “correctas” y que mientras más se entrena, mejores respuestas darán. Por lo tanto, la intervención humana en el proceso de entrenamiento es necesaria e inevitable.

 

Ese proceso de entrenamiento puede llevar varios años e incluso tener que continuar a lo largo de su existencia debido a la infinidad de circunstancias que una IA tendrá que enfrentar. Para indicarle a una IA qué imágenes, textos, vídeos, situaciones, acciones, etc., son las correctas no es preciso contar con altos conocimientos técnicos, pero sí es necesario dedicar tiempo, atención y sobre todo salud mental; dada la gran cantidad de información que una IA debe reconocer como perturbadora. Es así que durante el entrenamiento de una IA se le debe indicar cuál es el contenido violento, pornográfico y considerado perturbador, que debe aprender a distinguir y desechar, puesto que una IA puede “nutrirse” constantemente del contenido publicado en Internet. Para eso, previamente se necesita de trabajadores humanos que revisen toda esa información.  

 

Por lo tanto, las compañías que explotan las potencialidades de la alta tecnología que son las IAs, se basan, por un lado, en el conocimiento humano acumulado a través de la historia. Este se encuentra en internet. Por otro lado, en los seres humanos que se dedican a clasificar y etiquetar esa información para que la IA aprenda a distinguir qué es perturbador y qué no, para así dar respuestas coherentes y en lo posible libres de sesgos considerados nocivos para la población que interactúe con una IA.

 

El etiquetado de este tipo de datos, es un trabajo tedioso, repetitivo y requiere mucho tiempo, por el cual los trabajadores reciben un salario de menos de 2 dólares la hora y en muchos casos trabajan hasta 12 horas diarias. Además, es un mercado inmenso hasta ahora liderado por países como India, Kenia o Venezuela. Se calcula que el mercado de la etiquetación de datos para la IA, superará los dos mil millones de dólares en 2023.

 

Al subcontratar este trabajo, las grandes empresas tecnológicas no se hacen responsables de las condiciones laborales de los trabajadores, ni de limitar a los empleados a la sobreexposición a contenidos en extremo perturbadores, que afectan su salud mental y estado psicológico. Además, los trabajadores de estas empresas tienen acceso a información y material confidencial, y puede darse el caso que éstos la publiquen. Por ejemplo, en Venezuela se publicaron en redes sociales, fotografías íntimas de personas en su hogar, tomadas por un artefacto electrodoméstico (una aspiradora “inteligente”, que toma y envía regularmente fotografías, utilizadas para ser analizadas por personas y le indiquen a la aspiradora qué superficies debe o no aspirar).

 

La responsabilidad de la salud mental de los trabajadores como la de no publicar información confidencial recae en los contratistas. Sin embargo, al operar en países donde las normativas laborales y de derechos digitales son escasas o nulas, éstos no tienen obligación alguna ante la ley y aprovechan esta situación para generar sus amplias ganancias a expensas de explotar a sus conciudadanos.

 

OpenAI, la empresa que desarrolló Chat GPT y en la cual invirtió Microsoft, está valorada en más de 26 mil millones de dólares y los etiquetadores de información, que ayudaron a hacer su producto más seguro y viable, son explotados laboral y psicológicamente. Para la experta en informática y activista Timnit Gebru, fundadora del Instituto de Investigación de la IA Distribuida, es vital “apoyar la organización transnacional de los trabajadores [y] debería estar en el centro de la lucha por una ‘IA ética’”. 

 

La creación de una organización transnacional de trabajadores suena utópica, dada la poca regulación laboral en países del hemisferio sur. Sin embargo, es una propuesta que los gobiernos involucrados deben colocar entre sus prioridades si de verdad se quiere impulsar el desarrollo económico y social de sus habitantes.

 

La tecnología de la IA se presenta con un potencial extraordinario para el bien de la humanidad, pero aún no se ven todos sus efectos negativos. Que los datos que la hacen funcional sean reconocidos de manera adecuada, inevitablemente, requiere de seres humanos que le “ENSEÑEN” a las IAs a hacerlo. Por lo que ese trabajo debe ser valorado, bien remunerado y contar con las garantías laborales y de salud necesarias. Se trata de contribuir eficazmente a mejorar la calidad de vida de los trabajadores que realizan esa labor. Esto supone no solo pagar mejores salarios sino, también, preocuparse de que reciban atención en su salud mental y psicológica. No es posible que las condiciones laborales se sigan degradando a favor de las grandes tecnológicas, que se enfocan en obtener mano de obra barata. En esta situación se vuelve a repetir que los explotados son personas de países como el nuestro y, una vez más, a favor de los países económicamente más desarrollados.