Desarrollo, productividad y equidad

Alcanzar el desarrollo de una economía o de una sociedad es una tarea complicada. Supone el aumento de la producción con crecimiento de la productividad a la vez que la generación de mejores condiciones de vida para toda la población de tal manera que se pueda también mejorar la distribución de lo producido. Desarrollo no es, por tanto, sólo el incremento de la producción sino que supone además mejores condiciones de vida y oportunidades mejoradas para todos.

Muchos economistas, desde hace más de medio siglo, y ahora especialmente en los textos introductorios, plantean un absoluto antagonismo entre productividad y equidad. Señalan que para conseguir una se debe renunciar a la otra y viceversa. En realidad se hace énfasis en no otorgarle importancia a la distribución del ingreso y la riqueza porque, se argumenta, al destinar parte del producto para mejorar las condiciones de los peores situados, a los más pobres, se desvían los valiosos recursos que los más ricos naturalmente destinarán a la inversión, o sea, al ensanchamiento de la base productiva. Este ensanchamiento resultará, se insiste, en creación de mayores y mejores empleos que no se hubieran logrado de haberse sacrificado la acumulación de los más ricos en redistribución.

De aquí nació la teoría del “goteo” que afirma que a la larga la gran acumulación de los más ricos goteará logrando el beneficio de los más pobres que se encuentran en los escalones inferiores de la distribución del ingreso y de la riqueza. De esta manera se elimina la necesidad de la intervención estatal y el proceso distributivo se deja se realice a través de los mecanismos de mercado, al cual, además, se lo califica del más justo posible y, por lo tanto, moral y hasta cristianamente aceptable. Esta caracterización de la eficacia del mercado, en esta concepción, plantea que no puede haber otro mejor resultado y que cualquier cambio que se realice debe lograrse solo mediante el mismo mercado. Al anularse cualquier acción del Estado, la equidad que pueda alcanzarse será y tendrá que ser únicamente resultado del mercado.

De aquí, se concluye que el Estado es naturalmente un mal administrador puesto que su intervención únicamente distorsionará este óptimo resultado que hace posible alcanzar la máxima eficiencia posible. Este aparente callejón sin salida no deja nada para la acción del Estado. No obstante los resultados del mercado nunca son equitativos y sus consecuencias están impregnadas de azar, suerte, ejercicio de la fuerza, o utilización del poder de mercado que conllevan las posiciones monopólicas.

El dilema planteado entre eficiencia o equidad es falso. Más aún, cuando se observa lo que ocurre en sociedades latinoamericanas que han vivido en permanente desigualdad y en medio de un sostenido subdesarrollo. O, por otra parte, lo que acontece actualmente desde hace aproximadamente tres décadas en la sociedad estadounidense en la que el crecimiento se hace esquivo y la desigualdad entre sus ciudadanos se ha acrecentado. Han salido a la luz últimamente una serie de estudios que demuestran que una mayor equidad distributiva contribuye a mayor crecimiento del producto y, como vienen equidad y eficiencia juntos, es posible avanzar en el camino hacia el desarrollo combinando dos condiciones que la mas rancia ortodoxia de economistas considero imposible por tan prolongado tiempo.

Vale la pena añadir que este planteamiento está detrás de los insistentes escritos y disertaciones de Enrique Velasco quien con métodos muy creativos ha comprobado que la posibilidad de combinar eficiencia y equidad favorecen el desarrollo. Mejor aún, una mayor equidad del ingreso y de la riqueza son condiciones sine qua non para alcanzar un óptimo grado de crecimiento que contribuye al desarrollo.