La distribución equitativa del ingreso genera desarrollo

He estado insistiendo en que el desarrollo de una sociedad incluye el crecimiento del producto además de fuertes exigencias distributivas. No se puede lograr desarrollo si una de estas sus dos patas camina dispar. Tan necesario es que la producción se expanda como que las desigualdades de ingresos y riqueza se reduzcan entre los más ricos y los pobres.

El incremento de la producción se hace efectivo y auténtico cuando su acrecentamiento es alcanzado con mayor volumen producido. Esto es, se da por aumentos de la capacidad productiva sea porque se utilizan mejor las capacidades humanas o se las expande, por adecuadas aplicaciones de los avances tecnológicos, por mejores formas de organizar la producción, por una ampliación de la base real de la economía que aprovecha eficiente y sosteniblemente los recursos naturales y las condiciones geográficas. Este aumento debe superar el crecimiento natural de la población para que verdaderamente se cree más y mejor producto. Estos aspectos se refieren a una de las “patas” del desarrollo.

La otra es la de la distribución de lo producido que desde muy temprano fue arrinconada como un peligroso germen. Se encuentra la idea en muchos de los neoclásicos, luego la destaco Ramsey en 1928. Después, en los años 50, economistas como Nurkse, Barán, Lewis y Timbergen dieron prioridad a la necesidad de la acumulación de capital antes que a la distribución. Desde que el economista Okun, asesor del Presidente Johnson en los años 70, contrapuso eficiencia y equidad, un incesante coro formado por otros economistas a lo largo de estos más de 40 años, repitió lo que Okun contrapuso con frases tales como “sino trabajas no comes” y “triunfas o pereces”. Frases que, máximo, podrían ser verdades relativas para individuos en particular en momentos concretos, pero que, específicamente, no pueden aplicarse cuando se observan aspectos estructurales como son la distribución de la riqueza, el desarrollo o la negación de oportunidades basadas en el lugar o en que familia se nace u otras condiciones que uno no las busca, como puede ser una desgracia que genera una discapacidad o, también, porque se obtienen multimillonarias herencias sin haberlas amasado.

Lo que ahora surge con mucha claridad incluso para instituciones tan conservadoras como el FMI o para estudiosos ganadores del Nobel, como Krugman, Stiglitz o Sen es que se debe otorgar especial atención no solo al incierto bienestar futuro sino al real bienestar presente, a la preferencia por la igualdad y a la prevención de la catastrófica pobreza. Este último autor ha insistido desde sus innumerables artículos y libros que existe una alta correlación entre una mejor distribución y el logro de mayores tasas de crecimiento del producto. En un artículo en el que Amartya Sen expone las visiones de lo que puede ser el desarrollo de las sociedades más pobres en el siglo XXI menciona a diferentes economistas que han realizado estudios reforzando la misma básica idea; entre muchos destaca a Schultz y Atkinson como los más notorios.

Unir producción con distribución también exige alejarse de la vieja dicotomía entre mercado y Estado. Estos dos asignadores de recursos son todavía contrapuestos por muchos cuando en realidad  la superación de la pobreza, incluso en sociedades opulentas e industrializadas donde la pobreza es creciente, exige que deban caminar juntos. La fuerza que se le puede otorgar al crecimiento de la producción con una clara orientación de aniquilar la pobreza es clave para alcanzar el desarrollo de la humanidad como fin de cualquier acción que el genero humano asumirá a la larga o a la corta.