LA GUERRA FRÍA 2.0

El conflicto en Ucrania ha reconfigurado el escenario político económico y nos ha llevado de vuelta al escenario de la “primera guerra fría” caracterizada por dos actores: OTAN y la URSS; pero a diferencia de la primera versión, tenemos a un país más pequeño y pobre (Rusia) contra una liga de potencias económicas y militares que no hace más que crecer. El mal cálculo de Putin ha causado un efecto contrario al deseado, la operación militar en Ucrania (que tenía el objetivo de dar un golpe a la mesa exigiendo frenar a la OTAN) ha terminado por catalizar la decisión de Suecia y Finlandia de ingresar al tratado. 

El escenario actual presenta a una Rusia cercada militarmente: al norte, el ingreso de Finlandia a la OTAN comprometería la salida de San Petersburgo hacia el mar Báltico, si antes Rusia sólo tenía a un potencial adversario (Estonia miembro de la OTAN) ahora tiene dos. Ahora bien, Kaliningrado tampoco es una opción, ya que al estar al lado de Suecia (también con entrada pendiente a la OTAN) podría quedar bloqueada marítimamente.  Al oeste, tenemos a todos los miembros del tratado y a una Alemania que reactivó su poderoso complejo industrial y militar con un más que generoso presupuesto, sin mencionar que la primera potencia económica y militar (Estados Unidos) ya está con los músculos calentados y a plena marcha. Al este, tenemos al amigo/enemigo de antaño, y que ha guardado un sorprendente silencio (por no decir indiferencia) frente a las sanciones hacia Rusia. Estamos hablando de la China de Xi Jing Ping.

El destino de Rusia está sellado, Putin se ha empecinado en ganar una pesadilla táctica, pero la guerra fría 2.0 parece que tendrá como protagonista no a un actor soviético, sino a uno oriental. China, es de momento la segunda potencia militar y económica del mundo y ha visto a Ucrania como un campo de pruebas de lo que podría suceder si decide actuar sobre Taiwán.

Ambas potencias han ido tomando distintas posturas y redirecciones a lo largo de la última década: China, por un lado, ha ido generando la nueva ruta de la seda (una serie de bases militares terrestres y navales). Respecto al área económica, ha ido aplicando la infame diplomacia de la “Trampa de la Deuda” para hacerse de ciertos socios comerciales que le permitan asegurar el acceso a tierras raras y otras materias primas claves para los procesadores. El 40% del mercado de las infraestructuras, un porcentaje muy alto de la actividad minera y más del 12% de toda la producción industrial de áfrica está en manos de empresas chinas. 

Por el otro lado, vemos un reajuste de la política exterior americana: la era “Trumpista” y la política del “America First” han dejado secuelas: la amenaza de salirse de la OTAN y la baja presencia americana en Asia Pacífico ha debilitado la postura de EE.UU. en el mundo. 

Seúl, Tokio y Canberra se han acercado a China, para luego alejarse debido a las asperezas y constantes amenazas e intrusiones que vienen desde Pekín: Seúl ha visto una serie de cortes abruptos de turismo chino que coinciden con ciertos favores arancelarios hacia EE.UU., Tokio por su parte ha visto una posición más agresiva por parte de las tropas chinas en Senkaku y Canberra ha lidiado con las secuelas de los submarinos Aukus y el cese de las compras de materias primas. China, al parecer, es un incómodo socio comercial. 

Ambas potencias han tenido sus traspiés, y ambas están recalibrando sus estrategias. A mediados de este año Joe Biden ha hecho de la región de Asia Pacífico una prioridad y está a la búsqueda de mejores relaciones justamente con los actores clave (Japón, Australia y Corea del Sur), sólo que ahora parece que se buscan construir relaciones más sólidas buscando una alianza comercial-militar. La última visita del presidente americano a Seúl ha arrancado con pie derecho, lo que nos lleva a preguntarnos si en este escenario de guerra fría 2.0 llegaremos a ver la creación de un “OTAN asiático”. Al parecer, la respuesta se verá clara cuando China decida cómo actuar en Taiwán.