LA CAÍDA DE LAS DIVISAS: UNA TRAGEDIA PARA TODOS

Si yo compro dólares hoy o los compré hace algunos meses o tal vez en 2019, pensando que lo peor se acerca, lo que hice pensando en mi protección, equivale a haber pescado en un lago sin prestar atención a lo que otros hacían igual que yo; cuidar el propio futuro, a claras luces lleno de incertidumbre en su devenir.  Ciertamente, las reservas internacionales no están en un lago y los dólares no son peces. Pero, si muchos ciudadanos, y también las empresas, compran dólares de manera creciente para guardarlos por “cualquier cosa que pueda ocurrir”, equivale a que cada uno atrapa dólares de un reservorio común.

Esta situación puede crear o acelerar una tragedia colectiva: ausencia de dólares en el mercado y presiones para que suba su precio, o sea que se genere una devaluación, sin necesidad que el gobierno dicte medida alguna. Aunque este debería preservar el interés colectivo (o se supone que sí lo preserva) y hacer “algo” en defensa del interés de todos.

En la más tradicional u ortodoxa teoría económica, cada individuo tiene como principal preocupación su propio interés y nada más. Por lo tanto, el comprar dólares sin importarle a uno el resto de la gente se califica de comportamiento racional, y tal comportamiento, no es nada menos que la piedra fundamental de esa teoría. Se insistirá en que el mercado funciona así, y en el caso de los dólares se trata de un mercado y su precio es el tipo de cambio.

Sin embargo, esta conducta conduce a la “tragedia de los comunes”. Una teoría económica que describe la sobreexplotación y menoscabo de un recurso común ocasionado por el individual e indiscriminado acceso a ese recurso y que conduce a su agotamiento. Una tragedia para todos.

Algunos autores, como G. Hardin, señala que ese fin trágico es inevitable. Frente a esa visión sombría, Elionor Ostrom (galardonada con un Nobel) apunta que se pueden llegar a acuerdos colectivos y medios regulatorios que eviten la tragedia. Esta alentadora visión debe, sin embargo, impulsarse en el momento oportuno y no cuando los peces ya ni pueden reproducirse en cantidades que eviten puntos críticos de extinción.

Creo que el Estado puede todavía disponer de dólares para costear las importaciones porque tienes otros activos financieros en las reservas internacionales. Pero, la incertidumbre perdura acerca del futuro económico. Aquí es necesario reflexionar en cómo se pudo haber evitado el agotamiento de la extraordinaria cantidad de reservas que la economía boliviana alcanzó hasta 2014.

Lo primero es pensar en la gran fuente que alimenta toda acumulación de reservas: las exportaciones. Por cierto, hay que contar con esos productos en cantidades suficientes como para venderlas a otros países. Aparte está la buena racha de altos precios pagados por esos productos exportados, de la que se puede temporalmente gozar. Bolivia, a partir de 2003, contó con estos tres elementos y sus reservas, como pocos países consiguieron, llegaron a una suma que supe el 50% de su PIB. Pero, la suerte se acaba y los precios altos pueden caer, así es el mercado internacional. Pero, la posibilidad de tener productos de exportación (tradicionales, no tradicionales, nuevos productos) depende de lo que se hace con las magnificas reservas que se acumularon. 

Es decir, se utilizan para ampliar la base productiva pensando en el auténtico desarrollo de la sociedad y con miras a generar más dólares o, por el contrario, se gastan en proyectos mamut inservibles y con pagos oscurecidos por la corrupción. Todo indica que en Bolivia, gran parte de los 15.000 millones de dólares que marcaron el record de reservas, más los flujos de dinero por deuda externa y venta de gas, se encaminaron a grandes y pequeños mamuts (fabriquitas de papel, cartón, computadoras, urea, incluso carreteras desechables que en menos de dos años se llenaron de baches), por cierto, caducos  en su tecnología, poco productivos y adquiridos con sobreprecios, encubiertos en contratos “llave en mano”, para beneficiar a los jerarcas de turno.

La tragedia de los comunes, a la que la compra de dólares llevó, pudo ser frenada si se actuaba sesuda y oportunamente. No se hubiera llegado a ella si, en vez de tanta palabrería, se hubieran utilizado los gigantescos recursos disponibles en proyectos generadores de divisas. Proyectos que van desde el viejo turismo hasta la producción de los innumerables productos agrícolas potencialmente exportables que abundan en el territorio nacional. Ahí está el país, en la incertidumbre económica y rodeado de distanciamientos políticos en el seno de los gobernantes y perdidos opositores. Lo político ya es solo un aditamento a la tragedia de los comunes bolivianos.