Intercambio de ideas con Antonio Saravia

Antes de las fiestas patrias, Radio Compañera convocó a una entrevista tête-à-tête a Antonio Saravia y a mí. Lo cierto es que inicialmente me sorprendió tener a Antonio cara a cara porque él enseña en una universidad estadounidense, pero vía zoom todo es posible. Andrés Gómez y Juan Carlos Monrroy, quienes dirigen el programa, querían tener opiniones acerca del agitado pasado económico de Bolivia, alguna opinión acerca del presente y sus proyecciones. Para mi sorpresa, los dos entrevistados coincidimos en casi todo lo referido al pasado.

Nuestras diferencias afloraron al hablar del presente. Por supuesto que Antonio defendió el mercado y los beneficios que de él se derivan cuando más libre se lo deja actuar. También fustigó la extrema presencia del Estado y la calificó de nociva al no permitir que sean aquellos ciudadanos, que arriesgan su capital y trabajan con él, a quienes se les garantice su propiedad y la mayor libertad de actuar. Esta su visión también se ratificó en su artículo que publicó en Página Siete (23, julio, 2021) en el que dice: “Un mercado libre en el que se respete la propiedad privada, exista igualdad ante la ley y los participantes no tengan impedimentos para participar, generará resultados justos. Unos lograrán un mayor ingreso y otros lograrán uno menor, pero no habrá injusticias en el sentido de que lo único recompensado será el mérito”.

Si un mercado libre existiera, posiblemente, ese sería el resultado. Lo cierto es que los libres mercados en la realidad económica existen en contadas especiales situaciones. Un ejemplo que se exhibe de este tipo de libre mercado es el de las bolsas de valores porque no hay forma de anticiparse a los precios que de ella emergen y este es resultado aleatorio del libre juego de la oferta y la demanda. Así descrito da la impresión que en este mercado no hay grandes jugadores que marcan precios a cada momento y grandes especuladores que manipulan los resultados. Pero, que Antonio crea en las fantasías de los textos elementales de economía es parte de su inocencia.

Su conclusión más ingenua, sin embargo, es tomar al libre mercado como el hacedor de la justicia. Por cierto, primero hay que creer que en algún lado existen, pero, segundo, que su resultado sea justo no es más que una forma de justificar las grandes desigualdades. Es creer que en el mercado no hay jerarquías, o poderosos acaudalados que tratarán de hacer inclinar a su favor el resultado de las ciegas fuerzas de la oferta y la demanda. En la visión de Antonio, el mercado es un juez que determina quien recibe más y menos y, además, calibra quien pone mayor esfuerzo y quien es un merecedor de su mísera condición. Así, los pobres merecen tanto sus desventuras como el rico su fortuna. Los primeros no pusieron el esfuerzo necesario (¿será que son “genéticamente flojos”?) y por eso están dónde están. Al final de cuentas, esta forma de pensar parece indicar, que todos parten del mismo punto al iniciar sus vidas. Al nacer, por lo tanto, todos tienen el mismo acceso a la salud, la educación, incluso la riqueza. En ese mundo no hay herencia, todo se basa en el mérito propio. Esto, en el mundo que yo veo, sea desarrollado, o pobre y atrasado, no existe.

En la concepción del colega Saravia, los monopolios son resultado de decisiones políticas, o sea, son los políticos que manejan el aparato estatal que hacen posible los monopolios. En parte tiene razón. Si las colusiones entre grandes empresas, o sea las diversas formas de ponerse de acuerdo para lograr mayores beneficios existen, son creaciones expresamente destinadas a favorecer a algunos, llámese cronismo o como quiera llamarse a estos contubernios, no están ausentes de ninguna sociedad, salvo de la que Antonio ha creado en su imaginación.

Y así llega a la riqueza lograda en libertad, paz y armonía de “los países que optaron por mayor libertad económica” que han “logrado sacar a más gente de la pobreza”. No encuentro en mi mapa económico cuáles son estos países. El que mayor libertad de mercado supuestamente muestra, y es ejemplo para muchos, es Singapur. Una economía con una intromisión estatal enorme. El Estado posee, dirige y administra la más grande empresa habitacional y a partir de ella genera numerosos empleos y extraordinarios encadenamientos industriales. Además, tiene un Estado represor que nunca permitió ni la más mínima expresión opositora ni política ni mediática y esto por más de 70 años. O, para el caso, otra economía capitalista de “libre mercado”, como la estadounidense, en la que el Estado se confunde con el sector privado, ejemplo: en la industria bélica, o el sector privado no tiene mayor restricción en su actuar como es lo que acontece con Microsoft o Amazon, monopolios de la información intocables en los hechos por el Estado.

Estoy convencido que esta polémica se extenderá en el tono de respeto por las ideas ajenas en la que se está llevando. En Radio Compañera sostuvimos una charla amigable, amena (al menos para los dos invitados) y que nos dejó con ganas de proseguir. Y, como dejamos muchos temas en el tintero, con certeza continuará. Más aún, es posible que en el correr del tiempo volvamos a ver el pasado con criterios similares, especialmente si continuamos con una economía boliviana que no encuentra el sendero del desarrollo.